Señor director:
Homogeneizar geopolíticamente a la población mundial –siendo tan heterogénea en cultura ancestral, idiosincrasia y variedad de criterio– es francamente un desatino, cuyas repercusiones provocarán conflictos. La “aldea global”, concepto poético anexado al “Nuevo orden mundial” que algunos pretenden implementar, no es viable eliminando fronteras, restringiendo libertades e imponiendo protocolos. Las sociedades humanas están constituidas de comunidades étnicas muy distintas entre sí, e incluso cada una de ellas está fragmentada por desavenencias personales, criterios divergentes, y modos alocados de entender la vida.
Durante siglos, el mundo ha sido escenario de innumerables experimentos socio-culturales, acordes con la capacidad organizativa de los humanos y del particular entendimiento de todo cuanto les incumbe. Tanto en los tiempos primitivos como en las épocas de esplendor, el factor principal del desarrollo personal ha sido la familia, pero desde el siglo dieciocho, generación tras generación, el auge de la industria ha restado relevancia a la formación de las familias. Últimamente, la aplaudida irrupción de la tecnología en todos los aspectos de la vida, ha deshumanizado a las personas, sustituyendo las relaciones familiares por las de los partidos, empresas laborales, o agrupaciones de cualquier ideología acreditadas por los gobiernos.
En verdad, jamás las personas han estado tan esclavas de sí mismas como ahora, y jamás el modelo de cultura dominante había entrado en receso tan repentinamente, ni tampoco se había manipulado la buena fe de la gente tan arbitrariamente como ahora. Después de todo un año de confinamiento obligado, está claro que nos hallamos a las puertas de una dictadura global sin precedentes, en la que nuestras vidas van a valer menos que las de los soviéticos en tiempos de Stalin. De momento, todo está muy confuso, pero las circunstancias indican que imaginar una “normalidad jubilosa” puede ser utópico. Si no reaccionamos antes de que el “nuevo orden mundial” se oficialice, nuestro inmediato futuro será invivible. Está por ver si seremos tan necios como para ceder al conformismo esclavizante en vez de rebelarnos. De momento, al escuchar las noticias, uno se debate entre resignarse o rebelarse. ¿Pero qué es lo que uno pretende en cada caso? Resignarse es ir a favor del sistema y rebelarse es ir en contra, pero en cualquier caso al mundo le trae sin cuidado cualquier decisión que uno tome. Lo que uno haga no tiene nada que ver con el mundo, sino con uno mismo y su conciencia. En definitiva, el mundo puede mejorar en la medida en que todos mejoremos. El sentido común puede ayudarnos a eliminar hábitos inapropiados. Ahora se necesita mucha imaginación y creatividad para no desmoronarse. La situación demanda que nos ayudemos más que nunca los unos a los otros.
Lucas Santaella