La escritora porteña habla de lo que implica convertirse en personaje, del judaísmo, de sus lecturas favoritas y de su entrevista soñada con Joni Mitchell.
Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) se crió en el interior de una familia judía ortodoxa, tradición con la que rompió en su adolescencia. Vivió con su madre y sus dos hermanas, porque su padre murió sorpresivamente en el atentado a la AMIA de 1994, cuando ella era apenas una niña. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, donde dicta clases. Pero sobre todo es una escritora anfibia que puede intervenir desde el ensayo, volverse personaje de ficción en sus novelas y cuentos.
—“El fin del amor” hizo un largo camino desde su publicación en 2019. El libro revisa las relaciones sexoafectivas en el siglo XXI a partir de los aportes del feminismo tanto en la teoría como en la práctica cotidiana. Y a la vez es un ensayo escrito en primera persona, en el que a través de anécdotas de infancia y adolescencia derribas mitos sobre el consentimiento, la maternidad, el poliamor, etc. ¿Por qué te parece que se convirtió en una especie de manual de supervivencia para amar en el siglo XXI?
—Lo que pasó con “El fin del amor” me sorprende mucho. Era un libro para mí y para mis amigas. No creí que podía ser hitero. Tampoco estaba tan de moda hablar de estas cosas en primera persona pero con muchas notas al pie en cada capítulo y mucha bibliografía. Esa combinación podía salir mal. Evidentemente hay algo sobre el tema de “sufrir por amor” que no pasa de moda y que a todas nos importa mucho. Había en el aire una necesidad de darle a esas conversaciones que estábamos teniendo sobre lo difícil que era enamorarse en el siglo XXI un espacio donde tomarlas en serio. Muchas chicas y mujeres se sentían estúpidas por estar pensando tanto en esto. Y cuando lo usás como tema en un contexto político, filosófico, sociológico deja de ser banalizado y pasa a ser un fenómeno social, algo que habla de ciertas prácticas subjetivas y tiene otra dignidad teórica. Creo que muchas chicas querían leer algo que le diera dignidad a lo que les estaba pasando.
—El libro se convertirá próximamente en serie para Amazon Prime. ¿Qué rol tuviste en el proceso artístico y de producción y de filmación? ¿Y qué podés adelantar del resultado final?
—En la serie estuve muy presente. Los guiones los escribimos con Erika Halvorsen, que es la showrunner, y yo soy también productora ejecutiva, un rol que puede significar muchas cosas. En mi caso, estuve casi todos los días en el rodaje, y también muy presente a la hora de tomar decisiones junto con otras 10 personas. En el set estuve con actores, actrices y directores explicándoles cosas de mi universo, repensando los textos a la luz de lo que me preguntaban. Me gusta mucho cómo está quedando. Estamos en pleno proceso de montaje. Se estrena en agosto.
—Lali Espósito te interpreta en la ficción. ¿Cómo fue tu construcción en personaje? ¿Te afectó verte representada por otra mujer?
—Lali Espósito es la protagonista y se llama Tamara Tenenbaum en la ficción. En un momento pensé en cambiarle el nombre, pero no tenía tanto sentido hacerlo, porque de todas formas se sabe que hace de mí. Con ella nos llevamos muy bien, nos hicimos amigas. Es muy inteligente como actriz y como persona. Interactuamos mucho durante el rodaje y fuera de él. Ella tiene escenas en las que por ejemplo tiene que dar clase en la Facultad y tuvo que hacer todo un trabajo sobre cómo es el histrionismo de una profesora a diferencia del de una actriz. Son cosas que conversamos mucho. A su vez ella es una estrella. Eso me sirvió a mí para despegarme de la situación y entender que es Lali haciendo de mí como personaje. El personaje de Tamara es más odioso y más audaz que yo: le subimos el volumen a algunas cosas y se lo bajamos en otras.
—¿Qué sensaciones te despertó transformar tu escrito en material audiovisual para las grandes audiencias?
—En general aprendí muchísimo de todo esto sobre lo posible, lo deseable y lo real. Yo siempre tuve el poder sobre mi obra, pero cuando se convierte en serie el poder es menor, por la forma de trabajar de las plataformas y porque hay mucha más gente involucrada en el proceso de conversión que tiene sus propias ideas. Pueden enriquecer, pero también distanciarte de tu obra. Fue un golpe al ego que me vino bárbaro.
—En tu primera novela, “Todas nuestras maldiciones se cumplieron” (Emecé, 2021), por primera vez hablás de la muerte de tu papá en el atentado a la AMIA y de tu infancia con tus hermanas y tu mamá. El estilo del libro es bastante seco y cortante, nada sentimental. Las imágenes más tristes o desoladoras son rematadas con dosis de humor negro. ¿De dónde viene ese tono?
—Viene de la forma en la que hablo y de la forma en la que pienso. Me llega quizás de la herencia del judaísmo, del humor judío con el que me crié, y de la obra de autores como Vivian Gornick o Philip Roth, que me encantan y donde reconozco ese tono. Es seco, pero puede haber algo emotivo en ese narrador que no se anima a emocionarse. Mi tono no es emotivo ni sentimental, pero sí es emocional porque te lleva a un lugar en el que te preguntás qué le pasa a esta narradora, qué la toca, qué la interpela. A mí, la frialdad de, por ejemplo, Joan Didion, me parece la cosa más emotiva del mundo.
—Las mujeres de esta novela son poderosas, valientes, indecisas o frágiles, ya sean de tu familia o tus amigas. Pero los hombres tienen presencias más fantasmales y desdibujadas.
—Esto es algo que no pensé tanto mientras lo escribía sino que lo vi después. Esta presencia fantasmal de los varones es la forma en la que aparece la muerte de mi papá en la novela. Está siempre en el trasfondo o apenas mencionada, pero no tematizada. Esa presencia espectral es como quise inscribir su ausencia. La narradora no aprendió a tratar a los varones, solo a hacer como si no existieran porque en cualquier momento se pueden ir, porque no son los que sostienen la vida. En la novela ella busca la aventura sexual y la vida en pareja e insiste en que no quiere ser como su madre, pero hay algo en lo que indefectiblemente se parece a ella y es en el hecho de pensar que los varones se van a ir.
—Ya pasaste más tiempo de tu vida fuera que dentro del judaísmo ortodoxo y sin embargo seguís hablando sobre el tema. ¿Por qué el judaísmo te sigue interpelando?
-El judaísmo es algo que yo odié durante mucho tiempo y ahora no lo puedo odiar porque me dio un mundo y una poesía y un universo que no puedo evitar usar. Sería un desperdicio saber todo lo que sé y no usarlo. Por otro lado, hay algo innegable de los judíos —y recuerdo eternas discusiones de mis abuelos sobre esto— respecto de que no es una identidad autopercibida, sino una identidad seleccionada por otros. Y por eso me sigue interpelando para pensar la identidad y me conecta con algo que no tiene que ver con la frivolidad del presente. Es una herencia que me ayuda a salir de ciertos lugares comunes de mi vida y me conecta con universos medievales, con el Talmud y otras formas de vida que no son las mías. A mí venir del barrio de Once me salva de creer que soy una cheta de Palermo, aunque quizás hoy pueda llegar a serlo. Y es algo que me interesa sostener.
Incursión periodística
—Todos los domingos escribís una columna de opinión. ¿Qué implica para vos este tipo de intervención periodística tan cotidiana?
—No soy una periodista de redacción que produzca notas ni junte información. La columna me sale porque he encontrado un registro para hacerlo, y confío en ese registro. Me cuesta encontrar los temas porque trato de no seguir una agenda y creo que parte de lo que vienen a buscar a la columna es eso.
—A qué escritoras o filósofas de la actualidad te gustaría conversar e intercambiar ideas?
—Me encantaría entrevistar a Rachel Cusk: la tengo muy leída y me parece inteligentísima. Y también me gustaría hablar con Sara Ahmed, a quien traduje, porque hay puntos en los que no concuerdo con ella y querría discutirlos. Creo que sería muy divertido. Y claro, me hubiera encantado entrevistar a Joan Didion, que es de mis escritoras favoritas, pero ya no será posible. Mi sueño sería hablar con Joni Mitchell, que para mí es una escritora feminista.
—Quería preguntarte por último qué lecturas te cautivaron últimamente y qué películas o series te sorprendieron.
—Es difícil elegir pocas, así que aquí les dejo tres recomendaciones de libros y tres de series.
El primero se llama “Diario de una temporada en el quinto piso” de Juan Carlos Torre, un sociólogo muy prestigioso. Son sus crónicas durante el gobierno de Alfonsín. Es la historia de una generación de jóvenes que vuelve a la democracia después de la dictadura y se choca con la realidad de la burocracia. Es un libro inteligente y emotivo, me gusta muchísimo.
También me interesa mucho la obra de Cristina Peri Rossi, la poeta y escritora uruguaya. Cuando ganó el Cervantes conseguí toda su obra y la leí. El que más me gustó de ella es el libro “Condición de mujer”.
Por último disfruté mucho “Aviones sobrevolando un monstruo”, del escritor mexicano Daniel Saldaña París. Es su libro de textos sobre distintas ciudades.
Y en cuanto a películas y series, me encantó “Licorice Pizza”, como a casi todo el mundo. Estoy viendo “Euphoria” también y me está gustando bastante. Y recomiendo la serie “Manual de supervivencia”, escrita y dirigida por Victoria Galardi.