Sucedió en la ciudad (Parte IV) La tragedia del vapor “Ciudad de Buenos Aires”

La valija del Profesor Martínez Uncal perdida en el naufragio, recuperada tiempo después en el Delta y devuelta a su propietario.

El buque de pasajeros era un portento para la época. Tenía cuatro calderas de vapor, pesaba 3.754 toneladas y medía 110 metros. Pero el 27 de agosto de 1957, mientras se dirigía al Puerto local fue embestido por otro barco y se hundió en 19 minutos. Y con él 74 personas.

Por Orlando Busiello (*)

El capitán Justo Anselmo Montenegro, a cargo del remolcador “Pancho” que viajaba unos 16km detrás del “Ciudad de Buenos Aires” y fue el primer buque que concurrió a socorrer a la tripulación del “Ciudad de Buenos Aires”, herido de muerte, pudo ver cómo fueron llegando otras naves al rescate; entre ellos el remolcador argentino “Laura” y el Destructor “Drumond”, además de otros barcos que no pudo identificar.
En muchos periódicos de la época se hace mención a la presencia de embarcaciones como: “Don Bartolo”; y “Don Bautista”; lanchas de Prefectura y otras embarcaciones salieron desde San Fernando, San Isidro, Tigre, Campana, Zárate, Carmelo etcétera.
Por su parte, las autoridades argentinas dispusieron el envío de un equipo de buzos para tratar de rescatar los cuerpos del interior del navío siniestrado.
Un artículo del diario “la Prensa Federal” al cumplirse 41 años de la tragedia recordaba: “El “Ciudad de Buenos Aires se hundió en solo 19 minutos después del choque, al escorarse rápidamente a babor muchos pasajeros quedaron colgados de su estructura y al soltarse caían al agua fría o sobre la estructura misma”.
Entre las víctimas figuraron muchas mujeres y niños, que perecieron hundiéndose con el vapor o arrastrados inexorablemente por la corriente entre gritos desgarradores…
Fue aquella una larga noche, donde las circunstancias dolorosas de la tragedia pusieron a flor de piel todas las fortalezas y debilidades humanas. Hubo actitudes mezquinas y cobardes, pero también gestos llenos de nobleza, solidaridad, y heroísmo. Acciones que se decidieron en minutos o segundos en aquella disyuntiva crucial entre la vida y la muerte…
Los náufragos tuvieron palabras de agradecimiento para muchos miembros de la tripulación, algunos de ellos desaparecidos como los comisarios de abordo Raúl Cainzos y Jorge Criscuolo, quienes repartieron chalecos salvavidas hasta los últimos instantes junto con el capitán Silveiro Brizuela. Un reconocimiento especial a la doctora del barco Ramona Córdoba, quien asistió a los heridos del naufragio y los atendió sin descanso hasta su regreso a la Capital Federal.
Con las primeras luces del alba un hormiguero de embarcaciones de todo tipo y de aviones rastreaban la zona del siniestro. A esa altura de los acontecimientos si bien ya se sabía que había víctimas fatales nadie imaginaba que, el número fuese tan elevado como realmente ocurrió.
Los náufragos fueron llevados a Nueva Palmira y Carmelo, sobre la costa uruguaya, y a la Isla Martín García, para luego ser trasladados a la ciudad de Buenos Aires en un avión de la Marina de Guerra y en el vapor “Ciudad de Colonia”.

Un capitán armado y un héroe inesperado
El diario “La Nación” del día 29 de agosto, señalaba: “Desde las primeras horas de la tarde la población porteña se agolpó en la Dársena Norte, para esperar al barco “Ciudad de Colonia” que, según había trascendido, traía a su bordo además del pasaje diario un número –en un primer momento no se pudo saber a cuantos ascendían– de náufragos entre los que se encontraban varios heridos.
Súpose, posteriormente, que entre pasajeros y tripulantes rescatados transportaba un total de 93 personas. (…) A las 16:00hs. mientras el ‘Ciudad de Colonia’ hacia las maniobras de práctica para atracar, pudieron tener los presentes la visión del drama: gritos, llantos, voces desesperadas, llamado a hijos o padres, inquiriendo por el marido o por los hermanos, llenaron el lugar…”.
Lo descripto por el cronista del diario “La Nación” reflejó la ansiedad de las horas vividas no sólo por los desdichados pasajeros del “Ciudad de Buenos Aires”, sino también por sus familiares y amigos quienes, aturdidos por rumores e información de todo tipo, descargaban a su manera la tensión acumulada en el transcurso de dos interminables días.
Concepción del Uruguay, puerto de destino del “Ciudad de Buenos Aires” no escapó a este luctuoso suceso y un pueblo todo acongojado y dolido acompañó a los familiares cuyos seres queridos murieron en aquel trágico accidente: la señora Ethel Elena Witcoff de Ciocan y el señor Miguel Ángel Izaguirre y su señora esposa Alicia. Otros vecinos tuvieron mejor suerte y lograron, en medio de aquel pandemónium, escapar de tan compleja encrucijada del destino… entre ellos: Luis María González, Julio Arrarte; Leónidas Elizalde; Marcelo Martínez Uncal, el matrimonio Bompart, un señor de apellido Bremar y Reinaldo Heinze.
Este último accedió amablemente a la requisitoria periodística del diario “Provincia” que en su edición del 31 de agosto de 1957, reprodujo el interesante relato del señor Heinze.
El entrevistado resultó ser de nacionalidad rusa, de 65 años, afincado en Concepción del Uruguay, con domicilio en Boulevard Hipólito Yrigoyen 927.
Heinze, de pelo rubio entrecano, mostraba en su rostro la dolorosa impresión de los momentos pasados. Recordó que dormía en uno de los camarotes, y que al sentir el ruido atinó a mirar el reloj que marcaba las 11:15hs; agregando que a las 11:27 el “Ciudad de Buenos Aires” desapareció.
Al preguntársele si logró vestirse. Afirmó que sí, e incluso levantó la valija y el piloto y subió a cubierta. Recuerda que estuvo tranquilo, quizás porque sabía nadar se sintió confiado y seguro.
En aquellas circunstancias pudo ver al capitán del barco pistola en mano dando órdenes. Había mucha confusión. “Era horrible oír los gritos de las madres que tenían sus hijitos en brazos. Fue algo que nunca podré olvidar”.
Luego continuó diciendo, vio al capitán del barco entrar a la cabina y encerrarse en ella. En ese preciso instante se tiró al agua, cayendo desde una altura aproximada de unos 10 metros. Estando en el agua sintió que dos personas se aferraban a él desesperadamente. Esto hizo que se fueran al fondo y en esa lucha el que se había tomado de una de sus piernas se desprendió, mientras que la otra continúo aferrada, expresando: “en la superficie vi una madera y se la alcancé, prendiéndose de ella y largándome. Unos segundos después esa persona subía la escalerilla del carguero norteamericano. Allí comprobé que era una mujer”.
Nuestro convecino también pudo acceder a la escalerilla, pero según cuenta: “…a pocos metros vi dos personas desesperados que luchaban, una con un niñito en brazos. Me tiré de nuevo y alcancé a sacar el niño y llevarlo a salvo. Detrás de mí subió la persona que tenía el mismo que era él padre. La otra persona que después supe era la madre, desapareció bajo las aguas”.
Después de tan noble actitud por parte de Heinze, el cronista le preguntó cuáles fueron sus próximos pasos, respondiendo: Ya había tragado mucho petróleo y sentía algo en el estómago. Pero en ese momento vi otra persona luchando desesperadamente en las aguas. Me volví a tirar y rescaté a un hombre obeso, tarea que terminó por agotarme. Ante ello los marineros del carguero me llevaron a un camarote donde fui bien atendido. Allí me sacaron el salvavidas y la ropa, me vistieron de marinero norteamericano, tuve atención médica y me reanimaron con coñac”.
Reinaldo Heinze un verdadero héroe en la noche del naufragio, fue trasbordado en las primeras horas de la madrugada a un barco pesquero que lo llevó a la isla Martín García. En aquel lugar junto a otras 75 víctimas de la tragedia recibió un excelente trato, abordando al día siguiente el Rastreador de la Armada Argentina “Drumond” rumbo a Buenos Aires.

Una valija a la deriva
Por su parte Marcelo Martínez Uncal fue entrevistado por el diario LA CALLE, y el reportaje publicado en su tirada del domingo 1 de septiembre de 1957.
El señor Martínez Uncal, reconocido docente, llegando a ocupar la Vicerrectoría del “Histórico” Colegio del Uruguay; era, cuando ocurrió aquella catástrofe un joven de 28 años, soltero, empleado del Banco de la Nación Argentina, quien, había viajado a la Capital Federal por unos días y regresaba a Concepción del Uruguay.
Martínez Uncal compartía camarote con otras dos personas, una de ellas era el convecino Julio Arrarte y un señor mayor cuyo nombre no recordaba.
Al ser abordado por el periodista local, narró la horrible experiencia vivida en la noche del martes 27 de agosto: “En el momento de producirse el choque entre las dos naves se encontraba ya en su camarote entregado al reposo, y que no bien sintió la violenta conmoción buscó salir a cubierta en la seguridad de que algo muy grave había ocurrido”.
Después la alarma reinante confirmó sus sospechas, y el pasaje informado que el buque había sido chocado. Reclamó la tripulación que se tuviera calma que no había inminente peligro de zozobra.
El pasaje, nos agrega guardó relativa calma dentro de lo que es lógico que ocurriera en situación tan angustiosa; pero no hubo pánico generalizado. Luego las cosas ocurrieron tan rápidamente que “cuando uno pudo advertir lo desesperante de la situación los hechos no le dieron tiempo a nada”. Sostiene que el buque se hundió en contados minutos unos 18, o 20 a lo sumo, y que no hubo ningún intento de salvataje organizado, desde que cuando se trató de arriar un bote salvavidas no se pudo hacer por no funcionar las poleas y estar los cabos endurecidos.
“El Ciudad de Buenos Aires” comenzó a hundirse primero lentamente, pero luego se escoró con violencia y su hundimiento total se produjo en poco más de 2 o 3 minutos. Cuando la nave se escoró tan violentamente y el agua subió ya a la cubierta en que se hallaba, nos dice nuestro entrevistado, él se arrojó al agua y nadó un trecho hasta lograr asirse de un banco de madera que flotaba. En esa circunstancia el buque se hundía totalmente, tras haber dado media vuelta casi sobre sí mismo, recibiendo la impresión de que se le venía encima. “Afortunadamente se hallaba a mucha mayor distancia de lo que yo creía” agrega. Luego, unos 10 o 20´después, nos agrega, un bote que fue arriado del Mormarcsurf con tres tripulantes a bordo lo rescató y llevó a un remolcador, a cuyo bordo junto con gran cantidad de sobrevivientes fue conducido a la costa uruguaya”.
El relato del profesor Marcelo Martínez Uncal, es un carrusel de imágenes de las muchas vividas por decenas de personas en aquellos aciagos momentos. Una pesadilla imborrable que estuvo allí hasta el final de sus días. Contaba el profesor Martínez Uncal, que, un día muchos años después del accidente, sin saber cómo, se estremeció, al aparecer frente a sus ojos como un destello luminoso, la silueta fantasmal del “Ciudad de Buenos Aires” hundiéndose con las luces encendidas…