Sucedió en la ciudad (Parte III) La tragedia del vapor “Ciudad de Buenos Aires”

Imagen de popa del “Ciudad de Buenos Aires”.

El “Ciudad de Buenos Aires” era un portento para la época. Tenía cuatro calderas de vapor, pesaba 3.754 toneladas y medía 110 metros. Pero el 27 de agosto de 1957, mientras se dirigía al Puerto local al ser embestido por un buque se hundió en 19 minutos. Y con él 74 personas.

Por Orlando Busiello (*)

Los navíos involucrados navegaban por el canal sobre el veril Este, sobre costa uruguaya donde la profundidad del canal es mayor. El Mormacsurf como ya expresáramos venía corriente abajo cargado a una velocidad aproximada de 15 nudos, unos 27 km por hora; una velocidad importante en el agua para un gigante de 7.890 toneladas. Por su parte, el “Ciudad de Buenos Aires” viajaba hacia el Norte próximo a entrar en el río Uruguay. Lo correcto según los principios de la náutica es que, cuando dos embarcaciones vienen de frente es que viren a estribor; es decir a la derecha evitando así un posible choque. Todo indicaría que ambos hicieron esta maniobra, pero repentinamente el “Ciudad de Buenos Aires”, testimonió el capitán Montenegro, dio dos pitadas cortas señal que hace un buque cuando ha decidido caer a babor, es decir a la izquierda. Se estima que este cambio repentino se debió al temor de salirse del canal y quedar varado. Pero esta decisión fue lapidaria para el vapor de pasajeros pues se cruzó en la línea del Mormacsurf que correctamente había virado a estribor produciéndose el terrible impacto.
Como se ha señalado, el barco norteamericano se incrusto en el “Ciudad de Buenos Aires”. Acto seguido trató de realizar una maniobra con dos objetivos, que no dieron resultados y agravaron sustancialmente la situación. El carguero retrocedió y volvió a chocar, buscando por un lado tapar el rumbo que había provocado con su proa tratando de achicar la entrada de agua en el vapor, y por el otro; empujarlo más hacia el veril occidental, cuya profundidad era menor evitando que el barco al encallar se hundiera totalmente. Lamentablemente la acción estuvo lejos de ser exitosa y precipitó la catástrofe.
El primer comisario, Gustavo Cornet, le señaló al diario “La Nación”: “…que al producirse la colisión se puso inmediatamente a las órdenes del Capitán, quien tras de ordenar las maniobras previstas en casos semejantes mandó arrojasen los botes al agua, cosa que no se pudo hacer efectuada por la nerviosidad imperante y dado que el tiempo para ejecutarlo fue de apenas 5 minutos. Señaló que, tras breve calma del pasaje, se produjo el pánico entre éste, escuchándose gritos y pedidos de auxilio”.
El diario local “Provincia” recogió el testimonio del señor José Martínez, residente en el Tigre que viajaba rumbo a Concepción del Uruguay, quien expuso lo siguiente: “Que juntamente con otros pasajeros, trató de lanzar los botes salvavidas del ‘Ciudad de Buenos Aires’ sin conseguir sacarlos”.
Por su parte, la señorita Erminda Dorch, declaró, “que se encontraba en el salón jugando a las cartas y al sentir el choque subió a cubierta. En esas circunstancias pudo ver a un oficial, que creía que era el capitán con un revólver en la mano conteniendo el despavorido pasaje”.
Coincidente con esta apreciación, hay quienes aseguran que el capitán Silverio Brizuela viendo que inexorablemente su nave se hundía, decidió quitarse la vida encerrándose en su cabina y descerrajándose un tiro. Otros en cambio señalan que lo vieron hasta el final, yéndose a pique con el “Ciudad de Buenos”, fiel a la tradición marina…
Brizuela había nacido en Salto, República Oriental del Uruguay, en 1904. Nacionalizado argentino en 1933, navegaba desde hacía 36 años sin haber tenido jamás una situación tan desesperada como la de aquel martes 27 de agosto.
Resulta increíble que los botes no hubieran estado en condiciones de ser utilizados: No se tiene ningún dato sobre que alguno de ellos pudo ser ocupado en el naufragio. Las poleas no funcionaban y fue imposible bajarlos al agua para ser abordados. El tremendo impacto produjo la rotura de los tanques de combustible derramándose y formando una gruesa capa viscosa de fuel-oil sobre la superficie del río.
Sumamente interesante y dramática es la crónica del diario “El Día” de Montevideo al respecto, cuando dice: “Los pasajeros con los que hemos hablado ayer, nos dicen que de pronto oyeron dos agudas pitadas de su barco y, tras una interrupción brevísima, ocurrió el terrible choque. Se produjeron de inmediato escenas inenarrables que no alcanzan a precisar, el barco fue sacudido enteramente y se inclinó sobre uno de sus lados en medio de un crujido enorme y singular de maderas rotas y vidrios que estallaban.
La aguda y fuerte proa de acero del Mormarcsurf –según la mayoría de las opiniones– lo había tomado en el centro, por el lado de estribor. Muchos recibieron la impresión de que el buque había sido “partido” por la mitad.
Los que estaban en los salones y el comedor corrieron por los inclinados pasillos, por un impulso natural hacia la cubierta y toldillos. Al mismo tiempo ascendían dando gritos desde las salas dormitorios de tercera clase los pasajeros que viajaban en él; también procuraban ganar la cubierta los ocupantes de los camarotes de primera clase.
Fue una enorme y terrible confusión. Muchos de los que dormían abandonaban sus cuchetas con sumarias ropas; la mayoría de las señoras, se pusieron tapados sobre sus ropas de dormir.
Varias mujeres corrían con sus hijitos en brazos; se llamaban a gritos para localizarse, padres, e hijos, hermanos, esposos, amigos”.
Debemos señalar que el hundimiento no fue tan inmediato, e inclusive al principio pareció que la situación podía ser controlada pero rápidamente todo se desmadró.
En otro pasaje “El Día”, cuya crónica se basaba en los testimonios de los náufragos, expresaba: “Dicen varios que, aunque el “Ciudad” se estremecía y estaba algo inclinado, todavía la sensación del enorme peligro no había hecho carne en sus ocupantes. En general tenían la sensación de que nada pasaría y que todos serían trasbordados al otro barco cuya mole veían muy cerca iluminada por sus propias luces y los del “Ciudad” que no se habían interrumpido.
Algunos aseguran que el Mormarcsurf se acercó nuevamente y, desde lo alto de su borda, arrojaron o intentaron arrojar cables o cuerdas para aferrar al escorado barco, pero entonces agregan –como podrá leerse en sus declaraciones–, el ‘Ciudad’ fue embestido nuevamente quizás por un mal cálculo o el fuerte oleaje, que precipitó la aproximación de las moles. Y entonces sí, la inclinación sobre babor fue total y violenta, hasta el punto de que los que se encontraban sobre cubierta cayeron a las aguas barrosas”.
Por su parte el diario “Provincia” de Concepción del Uruguay, tomando la información de distintas agencias noticiosas, señalaba el día 29 de agosto: “En el primer momento de confusión, sufrieron como consecuencia los efectos del pánico, pero después pudo organizarse el salvataje. La mayoría tuvo tiempo de colocarse los salvavidas y otros se lanzaron a las aguas de primera intención. Mientras tanto, desde el “Mormarcsurf” se arriaron botes salvavidas y se comenzó a irradiar el SOS, también el radio operador del “Ciudad de Buenos Aires” estuvo hasta el último momento lanzando el dramático reclamo. El pedido de socorro fue captado por la Estación de Radio Pacheco de Buenos Aires y por otras embarcaciones y radio estaciones de la ruta fluvial”.
Así fue, en la medida de sus posibilidades rápidamente se movilizó la ardua tarea de socorrer al mortalmente herido “Ciudad de Buenos Aires”. El diario “Provincia” repitió en su momento lo que muchos medios orales y escritos afirmaban entonces; sobre las condiciones climáticas que afectaban la zona, afirmando: “…en la noche, aún más oscura por la densa neblina. Varias bengalas lanzadas desde la embarcación norteamericana, señalaron el lugar de la tragedia y permitieron localizar a los náufragos, que bañados en petróleo, reclamaban con angustia el salvamento”.
La primera embarcación que por encontrarse cerca llegó con prontitud al rescate, fue como hemos señalado más arriba el remolcador “Pancho”, comportándose su tripulación como verdaderos héroes.
El capitán Justo A. Montenegro y sus siete hombres, viajaban desde su apostadero natural en la ciudad de La Plata al puerto de Rosario con la misión de cargar arena. Cuando escucharon los angustiosos pedidos de auxilio del “Ciudad de Buenos Aires”, desengancharon la chata y a toda máquina se dirigieron al lugar de la catástrofe. Cuando llegaron el “Ciudad de Buenos Aires había desaparecido y: “Por todos lados se veían asomar cabezas y brazos con salvavidas o tomándose de maderos y gritaban desesperadamente… sobre el agua flotaba inmensa capa de fuel-oil”. En otra parte del relato continuó diciendo el capitán del “Pancho”: “Era difícil saber dónde acudir primero; yo estaba al timón; si algo hicimos, el mérito es de mis hombres… inclinados, con casi todo el cuerpo fuera de borda iban izando a los náufragos. La tarea tremenda de por sí estaba dificultada por el pegajoso fuel-oil: las cabezas, las manos, las ropas de los náufragos estaban tan impregnadas que se escurrían de las manos…”.
Estando al timón del remolcador, Montenegro pudo distinguir que dos botes del carguero norteamericano daban vueltas en el lugar donde había desaparecido el “Ciudad de Buenos Aires” en busca de sobrevivientes. Según algunas versiones, movidos por el deseo de colaborar con las víctimas se arrojaron desde el Mocrmacsurf tablones para que fueran utilizados como salvavidas. Lamentablemente, algunos de ellos cayeron sobre quienes deseaban socorrer provocándoles la muerte.