Por Juan Martín Garay (*)
Hablar de filosofía implica hablar de amor por la sabiduría. Así, como todo es política, el autor de Adán Buenosayres y gran ensayista del siglo pasado Leopoldo Marechal, piensa -para él pero también para todos quienes se vean interpelados por sus reflexiones- que “la Política es o debería ser una hermana menor de la Metafísica”. La filosofía es entonces aquella que todos deberíamos mirar con atención, dejarnos guiar para pensar y reflexionar críticamente juntos, construyendo comunidad.
“La política”
En tiempos convulsionados como los actuales, hablar de política lamentablemente puede resultar hasta anacrónico. Algo de lo que debemos preocuparnos porque las soluciones a los problemas de fondo requieren de más y mejor política, no al revés. Parece una definición de manual, pero esto ocurre por el estado de apatía y descreimiento generalizado que anida socialmente producto de la no resuelta crisis de representatividad. Una frase trillada probablemente, aunque de real percepción verificable según el punto de vista de cada uno. Triste pero real o realmente triste.
A este mal que nos aqueja debemos afrontarlo con “la política”, pero donde la ética y la moral se presenten como dos aristas claramente de manera diferente; entendiendo a la moral como algo condicionante pero dependiente de la sociedad (los otros) y a la ética como algo de índole meramente personal, interno y de conciencia propia (el yo). Esto nos posibilita elevarnos a la condición de seres capaces de hablar desde los principios y no desde los “códigos”.
El principio filosófico de alteridad política, el cual implica cambiar el punto de apoyo para el análisis y consideración respecto de las demás personas, resulta ser un buen ejercicio intelectual cambiando el eje de la perspectiva personal por aquella que visualizan los demás. La construcción altruista de poder, vale decir aquella real vocación política de trabajar por el bien común, requiere siempre un objetivo superior que sea en beneficio del conjunto, algo más que necesario para dejar de lado las descalificaciones y agravios que agotan.
Las palabras y los hechos
Filosofía, justicia y política van de la mano, aunque pareciera que hablar de estos temas no siempre es momento propicio sin que por ello algunas personas caigan en la tentación de debatir -al punto del agravio- en vez de dialogar como personas civilizadas. Marechal enseña que “la política debe ser la hermana menor de la filosofía”. Platón expresa por su parte que “la justicia requiere un orden político que la exprese socialmente”. Tanto uno como otro coinciden aún en siglos de distancia que la política es el arte de gobernar en beneficio de los pueblos, y si esos pueblos son libres, mejor naturalmente. Pero como de palabras hablamos, aunque el mundo de a pie quiere hechos, lo cierto es que muchos esperan aquella palabra a la que hace alusión Juan Pablo II: “los hombres de hoy expresan antes que la palabra anunciada, la palabra vivida”. Palabras más, palabras menos, las palabras y los hechos.
Hace poco más de 80 años José Ortega y Gasset nos dejaba una apreciación filosófica de la realidad por la que nos incitaba a abandonar las controversias personales para construir una sociedad con ideales compartidos y al servicio de un destino común, el del pueblo. En “Meditación del Pueblo Joven” el filósofo español reflexionó con una frase que aún hoy goza de plena vigencia: “Mi prédica que les grita: ¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal.”
Respeto
Empezar por no descalificar a nadie sería un buen comienzo hacia la construcción del tiempo que viene, todo un gesto de grandeza entre muchos otros que se necesitan para respetar a los que no piensan como uno. Para ello debemos aceptar una realidad entre diversos donde nadie es más que nadie. Por eso la invitación a dialogar en el marco del respeto debe darse a pesar de las diferencias, dejando de lado los insultos o agravios que nada ayudan y que poco importan a aquellos a quienes hay que tratar de solucionarles los verdaderos problemas de fondo. Dialogando como forma de encuentro -siempre-, hay que consensuar lo suficiente y necesario para generar aquellas condiciones de vida donde cada uno pueda realizarse en una comunidad que se realiza.
En el contexto actual resulta interesante la opinión del Obispo Diocesano Sergio Buenanueva cuando se refirió hace un tiempo a las discusiones que carecen de sensatez, para él la Argentina espera una “grandeza de alma» porque «Oficialismo y oposición han aceptado la premisa falsa y fatal de que, para construir poder, hay que definir un enemigo que encarne el mal absoluto. El humanismo cristiano no niega el conflicto. Le da un horizonte (el bien común) y una dinámica (la justicia y la amistad social)».
Soñar soñar
Probablemente soñar juntos puede sonar a utopía, pero muchas veces los sueños se construyen entre todos, aunque otras tantas desde la soledad reflexiva. Termino mi opinión de hoy con una frase de Julio Cortázar: “Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños, hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrir que el paraíso perdido está ahí, a la vuelta de la esquina”. Soñemos juntos, que a veces los sueños se hacen realidad.
(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.