Señor director:
Y un día, así no más de prepo, como suelen pasar la mayoría de las cosas que dejan un hueco, un antes y un después, se nos fue el Diego. Y es imposible, para los que amamos sinceramente el fútbol, no emocionarnos, porque el tipo y su pelota, están en muchos de nuestros recuerdos más felices. Por ejemplo, en mi caso, existe, allá por el año 1986, un kiosco pequeño, con sus estanterías simples y metálicas, y una salita al fondo, con una TV gris y a color encendida, y dentro de ella un mundial (el mundial, su mundial, nuestro mundial), y entre esas paredes mis viejos, emocionados ante una gambeta que despilfarraba magia e invertía jerarquías entre ingleses y argentinos. Yo con 6 años tengo pocos recuerdos, y ese es uno hermoso e imborrable.
«El pueblo siempre llora al que alguna vez le supo dar una gran alegría» me dijo mi vieja, y entonces, como no lagrimear ante esta noticia. Porque alguien como Maradona siempre supo que una pelota podía curar el alma de muchos; por eso la vida en cada jugada, por eso el tobillo negro hecho un infierno, por eso el corazón en un himno, por eso la pelota y él como símbolo.
Tal vez haya personas que aún en estos tiempos crean que los únicos que curan son los remedios o ciertas recetas mágicas, pero permítanme disentir; nosotros, seres frágiles, humanos, nos alimentamos de pasión, de felicidades, de amor, de gestos heroicos, de mitos, y para muchos de los que hoy nos duele esta partida nuestro mito correrá eternamente detrás de una pelota y le cantarán barrilete cósmico mientras sonriente seguirá esquivando rivales…
Mauricio Turfini