Renta inesperada

Andrés Asiain

El Gobierno anunció que impulsará un impuesto a la «renta inesperada». La medida, que se aplicaría sólo a empresas con ganancias por encima de los 1.000 millones de pesos anuales y que vieron incrementada su rentabilidad real, apunta a financiar las distintas transferencias de ingresos a la base de la pirámide social, luego de la disparada de la inflación del último mes. Si bien algunas cámaras empresarias y políticos de la oposición anunciaron su rechazo a «nuevos impuestos», desde el oficialismo se piensa que es más sencillo avanzar por ese camino que por la aplicación de mayores retenciones a la exportación. La clave es que el impuesto a la renta inesperada recae sobre un reducido universo de 100 grandes empresas, incapaces de generar un movimiento social de apoyo a sus intereses como el que pueden traccionar los sectores agroexportadores. Aun así, el efecto de un impuesto a la renta inesperada es diferente al de un incremento de las retenciones a la exportación. El impuesto a la renta inesperada es más equitativo ya que descarga su peso sobre los grandes beneficiados y exceptúa a pequeños productores del sector agroexportador. Sin embargo, las retenciones a la exportación tienen un efecto adicional al fiscal que no genera el impuesto a la renta inesperada, éste es, reducir el precio de venta al mercado interno del producto de exportación. A modo de ejemplo, el trigo que cotizaba en Chicago a 220 dólares por tonelada en abril del año pasado, se vendía en Rosario a unos 20.000 pesos, que es el resultado aproximado de multiplicar su precio internacional por la cotización del dólar de entonces (98,5 pesos) tras restarle la tasa de retenciones del 12%. Actualmente, su precio local alcanza los 40.000 pesos por tonelada, fruto de la suba de su precio internacional a 400 dólares y del dólar a 119 pesos. Para que se venda en el mercado interno a unos 30.000 pesos, que sería el mismo valor de abril del año pasado más la inflación general del 50%, la tasa de retenciones debería elevarse hasta el 37%, neutralizando el impacto del incremento de su precio internacional. De esa manera, no sólo aumentarían los ingresos fiscales, sino que se compensaría el efecto inflacionario que provoca el alza mundial de las materias primas por la guerra, hecho que no genera el impuesto a la renta inesperada.