Por Juan Martín Garay
“Y la Nación desde entonces, va de Herodes a Pilatos; todos le ofrecen buen trato y el arreglo de sus cosas, pero ellos rompen la loza y el pueblo paga los platos”, expresaba el gran pensador nacional Don Arturo Jauretche. Como venimos viendo por este tiempo prolongado, al haber ausencia de cierto compromiso con la Patria, en la escena política se empieza a reflejar un envejecimiento relativo de las ideas. Se ve demasiada demagogia y poco profesionalismo en las propuestas de determinados sectores y sus dirigentes. La participación comprometida, que debería encarnarse en alguna fuerza con conciencia nacional y social, trae consigo a un ausente importante: el compromiso político del debate profundo sobre los grandes temas aún pendientes que siguen sin resolverse.
Por otra parte, nos hace falta motorizar un renacer militante que tenga cierta “chispa” ante el cansancio existente; es una crítica que se fundamenta en el dominio mercantilista sobre el ejercicio de la política por parte de cierta dirigencia que no mira hacia el futuro, sino que, por el contrario, atrasa más de 30 años. Porque como enseña el fallecido -pero siempre vigente- Julián Licastro, “la subcultura del individualismo, el exitismo y el hedonismo carente de ideales superiores de vida se suman a un agotamiento bajo cierta anomia, esto se apoya además en acciones tecnocráticas”.
Se necesita mirar para adelante pero no hacia arriba como pueblerino perdido en la gran ciudad, tampoco como aquellas personas que al tener una cuota de poder se encandilan con las “luces del estrellato” o empalagan con las circunstanciales “mieles del éxito”. Insisto en la necesidad de volver a ubicar a la política del lugar que nunca debió correrse, el centro de la escena como punto de apoyo que posibilite ser la palanca de transformación social que además despierte vocación y mística militante, porque sin militantes no hay dirigentes. Así como que sin conducidos no hay conductores, la política sin cuadros es como un cuerpo sin alma.
La tarea
Queda por delante una gran tarea docente, una acción política dotada y reivindicada desde los principios y no desde los “códigos”, que posibilite llevar adelante la formación y capacitación de una nueva generación comprometida con la construcción colectiva de la Nación, tarea reconocida a los Partidos Políticos pero que muchos sólo quedaron como herramientas de participación electoral lamentablemente. A la ideología liberal y totalmente huérfana de sentido de pertenencia nacional, se le debe anteponer estratégicamente el compromiso moral y patriótico con “el otro”, ese semejante que necesita de una mano extendida, un pecho donde apoyarse, un oído para ser escuchado y unos brazos para ser contenido; además de la heladera llena por supuesto, la alacena completa y el estómago tranquilo. Para esta tarea se necesita la profundidad conceptual de una política que requiere fundamentalmente de gestos de grandeza, mirando además a la economía con “rostro humano” y no como cifras que deben cerrar al alto costo de dejar la gente afuera. La inclusión también es eso, gobernar lo es, “que los números cierren” pero con todos adentro, sin excluidos de ningún tipo.
Volviendo a la tarea, el pasado, presente y futuro deben salir al encuentro armonioso del conocer y el amar. Ese nexo generacional entre lo actual y lo por venir necesita aprovecharse de las experiencias vividas, las alegrías y tristezas compartidas, los aciertos y errores, para así poder cooperar entre todos e ir hacia la conformación de un nuevo movimiento histórico. Estamos arribando en este 2023 a nuestros primeros 40 años de democracia ininterrumpida, y como expresa Jauretche, hay que “soplar la ceniza con la intención de liberar el fuego de la democracia y la recuperación del compromiso”, siendo lo suficientemente inteligentes para salir adelante luego de estos momentos de frustración. Para abrazar a todos, habrá que “poner la otra mejilla”, dejar de lado los resentimientos y luchar pasionalmente pero sin violencia, donde el combate que se planteé sea sólo de ideas y no se repitan los errores graves del pasado reciente. Entendamos que la eterna división de la famosa e histórica “grieta” sólo nos separa y aísla, eso debilita el proyecto nacional y consecuentemente la grandeza de la Nación, junto a toda posibilidad real de lograr la felicidad plena del pueblo argentino.
Amor y vida
Julián Licastro nos interpela desde sus escritos que “ser militantes del amor y de la vida, implica la justificación espiritual de la existencia, superando la matriz mezquina del utilitarismo material. Sin duda, hay cuestiones básicas a satisfacer, pero el ser humano sólo se ennoblece cuando lucha realmente por sus ideales, sirviendo a la comunidad con una entrega solidaria”. Frente a nuestra realidad actual seamos optimistas con la ilusión de que surja una esperanza de la mano de un avance social hacia la concreción del bienestar general con desarrollo e inclusión. Esa esperanza radica en aferrarnos a un salto hacia el futuro, todos juntos, porque nadie sobra y todos nos hacemos falta. Enseña Don Arturo Jauretche: “O es pa´ todos la cobija o es pa´ todos el invierno”.