Recuperar la sensatez

Señor director:
Los humanos hemos perdido la cordura y nos jactamos de ello sin rubor. La jactancia ha adquirido carácter de pandemia y el mundo entero padece una contagiosa insensatez en que la neurosis, el delirio y la relativización de lo absoluto baten récords de influencia en el obrar, como si no existiera otra forma de interpretar las cosas. Por eso es imperativo recuperar la sensatez.
La sociedad se ha vuelto tan adicta a sus componendas permisivas y tendencias nihilistas que, frente a la lujuria, la ira y la codicia, nadie es capaz (por miedo al qué dirán) de admitir públicamente sus debilidades o deslices. A la gente no le importa actuar con insensatez, en vez de sentar cabeza, reconciliarse con Dios e invocar humildemente Su ayuda y protección.
“Uno de los problemas filosóficos más profundos de nuestra época –escribe Roger Trigg en su libro Concepciones de la naturaleza humana– es si conceptos como ‘razón’, ‘ciencia’ e incluso ‘naturaleza humana’ pueden sobrevivir sin la creencia en el Dios que originalmente les diera la vida”. Es innegable que, a diferencia de las cosas inanimadas totalmente inconscientes y de los animales que solo se mueven por instinto, el ser humano (si se lo propone) cuenta con capacidad suficiente para descubrir y reconocer su filiación divina, y decidir por cuenta propia cómo utilizarla con acierto.
En el ejercicio de la libertad de escoger, los humanos tienen la posibilidad de actuar de diversas maneras. Por lo general, la persona avanzada en conocimiento espiritual es razonable y autocontrolada, mientras que la persona materialista suele ser irracional, víctima de pasiones y arrebatos.
Aunque, por naturaleza, el ser humano está inclinado hacia la virtud, la influencia condicionante de la energía ilusoria material pervierte su moral y lo convierte en un ser deshonesto e insensato. El auge del materialismo ha influido a que las personas se vuelvan indiferentes y egoístas. La vida en el siglo XXI destaca en dos aspectos: contradicción (al sentirse uno obligado a actuar contra sus propios intereses), e impotencia (al no saber cómo evitarlo). Sin embargo, en situaciones extremas, uno percibe que hay algo más de lo que se puede ver y tocar, y, en vez de indiferente, se vuelve solidario con sus semejantes. A esta percepción de lo intangible se le llama fe; fe inicial, pero siempre fe en alcanzar la cordura que permite recuperar la sensatez.
El ritmo frenético de los últimos tiempos ha impedido que florezca la genuina espiritualidad. Las catástrofes y las enfermedades mortales (como la terrible pandemia que ahora padecemos), nos afectan a todos, pero a veces estamos demasiado alterados para detectar el propósito de las calamidades que asolan el mundo en que vivimos. En tal estado de impotencia, lo sensato es desechar los idealismos trasnochados e izar la bandera del autogobierno personal, lavada en las sagradas aguas de las propias lágrimas.
Lucas Santaella