Quinto Peronismo

Por Sergio A. Rossi

El nuevo período peronista de gobierno -digámosle el quinto- se abre quizás lo que algunas literaturas políticas llamarían un nuevo ciclo del Movimiento Nacional. Su desarrollo dependerá de nuestra voluntad y capacidad, signado por las condiciones de contorno y por las fuerzas sociales y culturales existentes.
A diferencia de otras épicas, ésta no cuenta con la convicción equivocada de que la historia juega, inexorable, a favor de los buenos; sabemos que dependerá de la política que podamos desplegar, con inteligencia y con suerte, en un contexto en principio adverso y hostil. No es nuevo, pero merece reflexión evitando tanto el optimismo voluntarista como la angustia y el desánimo paralizante.
Los ciclos anteriores se dieron en marcos de desatención, crisis o repliegues imperiales, que aflojaron los lazos de la dependencia. No parece el caso esta vez, ya que el repliegue de los EE.UU. se produce sobre su “Hemisferio Occidental”, donde venimos a estar nosotros. Si recordamos la Independencia, más que a la caída de la Junta de Sevilla, el momento parece evocar a la restauración borbónica y la expedición de Morillo, que cayó sobre Venezuela. Tampoco se aprecia una ola de movimientos hermanos que se hagan gobierno a lo largo de Latinoamérica.
Se cuenta, no obstante, con un activo nada desdeñable: como nunca en nuestros más de cien años de soledades intermitentes, perdura el resabio de la última ola de gobiernos populares, como memoria viva y palpable, como dirigencias activas aunque en derrota, como la esperanza que fue para buena parte del mundo, como vínculos intensos entre nuestras comunidades, políticos, culturales, migratorios, académicos. Si a comienzos del siglo XX la Unión Americana parecía cosa de profetas solitarios y culturales, más que estatal y política; si a mediados de ese siglo las internacionales actuantes fueron las del panamericanismo, las izquierdas internacionalistas, las multinacionales y las de la doctrina de la seguridad nacional, con tenues pinceladas desarrollistas o socialdemócratas; hoy perduran los efectos de una dinámica de intercambios bajo la advocación de Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa, cuyo cénit fue el rechazo al ALCA en Mar del Plata. Las interrumpidas experiencias de UNASUR y de CELAC produjeron una interrelación inédita, que deberá retomarse con paciencia y con tino, pero que nos encuentra en un piso mucho más alto que en ocasiones anteriores.
La clave del éxito del peronismo se cifra no tanto en la moderación, sino en la unidad. La coalición de gobierno que asumió el gobierno en 2001 –acuerdo inestable e insuficiente de radicales y peronistas orientados por Duhalde y Alfonsín- se fue afianzando y creciendo con Kirchner hasta 2008, cuando se produjeron la crisis internacional de las subprime y el conflicto con las patronales agraristas. La puja de la oligarquía, los fondos buitres y etc. contra el movimiento popular tuvo un punto de inflexión cuando, a un tiempo, se produjo el quiebre de la coalición peronista y la unificación de la entente oligárquico extranjerizante.
La tercera vía como teoría superadora fue la coartada para la división que llevó a nuestra derrota. Si se comparan las elecciones de 2007, 2011 y 2015, vemos una sociedad dividida, en que se impone el sector que unifica su campo. La permanencia del núcleo peronista kirchnerista, posicionado con claridad contra la política de Macri, mostró la falacia de las avenidas del medio y el mentido rostro amable de CAMBIEMOS, que prometía no tocar conquistas, mantener lo bueno y corregir lo malo.
Recordando aquellas etapas que atribuía Perón a todas las revoluciones -doctrinaria, toma del poder, dogmática, institucional-, este quinto tiempo peronista se insinúa virtuosamente original en las formas que hacen a la sucesión, los acuerdos institucionales y un liderazgo más distribuido. No hay originalidad, en cambio, en una virtud que se repite en los comienzos peronistas: convocar con amplitud a las distintas tradiciones políticas y corrientes ideológicas. Esa operación semántica de apelar a refundir identidades y catalizarlas en un nuevo tiempo, está impregnada en los gestos que van desde la presentación del candidato –coartada para la reunificación partidaria y gesto de distensión ante el frente enemigo-, en el tono de la campaña electoral, en el discurso de asunción ante el Congreso, en la paciencia pedagógica de la comunicación presidencial, en los silencios y las voces de la vice, en la conformación plural de ministerios y embajadas. La propia frase de “la vuelta de página” se inscribe en ese registro, aunque desde las márgenes se la haya querido interpretar como claudicación o como utilización oportunista.