¿Quién quiere ser Nayib Bukele?

Por Juan Elman

Hagan la prueba: abran el buscador de Twitter, escriban “Bukele” y, a continuación, el nombre de cualquier país latinoamericano. Puede que el resultado los sorprenda. El presidente de El Salvador es el político más popular de la región y los pedidos para importar su modelo de mano dura se acumulan en distintas orillas ideológicas de la red.
Pero, como el personaje mismo, la presencia del joven mandatario desborda a las redes sociales. En Honduras, la progresista Xiomara Castro ha comenzado a implementar algunas de sus políticas. El ministro de seguridad de Costa Rica le sugirió a su Gobierno que hiciera lo mismo. El alcalde de Lima y flamante estrella de la ultraderecha peruana, Rafael López Aliaga, también propuso un “plan Bukele” para combatir la delincuencia en su ciudad. En las últimas elecciones locales en Ecuador, que vive una epidemia de violencia, los candidatos que proponían imitar al salvadoreño se multiplicaron. En Chile han aparecido ciudadanos que lo invocan en pancartas.
En Argentina cosecha admiradores en el oficialismo y en la oposición. “Lo que hizo Bukele en El Salvador es música para mis oídos”, dijo hace poco el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni.

Tierra fértil
Bajo un régimen de excepción que ya lleva más de un año en vigor, el presidente de El Salvador logró —por el momento— acabar con el imperio de las pandillas y reducir drásticamente los homicidios. En una América Latina donde la inseguridad trepa de manera vertiginosa y en la que líderes y partidos sufren de enorme desprestigio, el fenómeno Bukele encontró tierra fértil para crecer. Y a pesar de los costos democráticos del modelo y las dudas sobre su sustentabilidad, todo indica que lo seguirá haciendo.
La historia que puso a El Salvador, un país por lo general ignorado en la coyuntura regional, en el centro de las noticias comenzó como un recuadro colorido. Nayib Bukele tenía 37 años cuando llegó a la presidencia, en junio de 2019. Los perfiles lo retrataban como un milenial adicto a las redes sociales.
En un país consumido por la violencia, donde las pandillas ejercían una autoridad paralela al Estado, Bukele prometía resultados concretos. Los consiguió reduciendo la tasa de homicidios a la mitad en un sólo año. Para lograrlo, hizo lo mismo que habían hecho sus antecesores e incluso él mismo cuando alcalde: negociar. El medio El Faro documentó cómo el Gobierno había establecido una tregua con las tres principales pandillas para que dejaran de matar a cambio de mejores condiciones carcelarias. El reportaje poco influyó en la popularidad de Bukele, que ya superaba el 80%. El presidente, además, había otorgado generosos subsidios durante la pandemia, financiados con un aumento de la deuda. Eso alcanzó para que arrasara en las elecciones legislativas, dos años después de su llegada al poder, en las que se hizo con la mayoría absoluta. Bajo la nueva relación de fuerzas, Bukele purgó a la Corte Suprema y al fiscal general, y colocó a aliados en sus puestos.

Fin de la tregua
La tregua de Bukele con las pandillas llegó a su fin a principios de 2022, luego de una masacre que dejó más de 80 muertos y contaminó las cifras récord del Gobierno. La respuesta del presidente fue un régimen de excepción que habilitó detenciones arbitrarias, extendió los plazos de prisión preventiva y engordó las atribuciones de las fuerzas de seguridad. El presidente hizo construir una nueva cárcel —la más grande de América Latina— para poder alojar a todos los detenidos, que hoy superan los 60.000. Entre ellos hay una importante cantidad de personas inocentes, que se encuentran detenidas en condiciones de hacinamiento y desprovistas de garantías legales. Pero Bukele cumplió su promesa. Los homicidios no sólo volvieron a reducirse. Según documentan diversas fuentes, el presidente logró terminar con el régimen de pandillas. Los salvadoreños ahora pueden cruzar de barrio y encontrarse en parques cuyo acceso antes estaba prohibido, entre otras novedades.
El veredicto ahora es compartido entre críticos y afines: Bukele ha ganado su guerra. Y, aunque quizás sea demasiado pronto para decretarlo, Latinoamérica está mirando de cerca.