Señor director:
Nos hemos acostumbrado a vivir en la ignorancia de todo lo que nos urge saber para encontrarle sentido a la vida, y la consecuencia es que hemos aceptado trabajar como asnos, y a escuchar ruidos de coches, motores, alarmas, sirenas, excavadoras, cortadoras de pasto, etc. Nos parece bien escuchar mentiras y mentir, nos sometemos mansamente a los protocolos, leyes, o falsos juicios de valor, y no nos indignamos.
Nos hemos habituado a vivir en junglas urbanas, amontonados en edificios tipo colmena, a trabajar duro para producir tornillos y a padecer ansiedad por las deudas impagables contraídas, una tras otra, todo el tiempo sin poder ponernos al día mientras estamos vivos. Si nos preguntan, ingenuamente decimos que estamos bien, aunque la verdad es que estamos re-mal por fuera y por dentro.
Desde el año pasado, poco a poco nos hemos habituado a no espantarnos de las acciones inapropiadas, demenciales, e incluso criminales de los de siempre y a excusar las nuestras; a no rebelarnos mientras nos están engañando, manipulando y humillando con protocolos sanitarios; a carecer de recursos para comprar o alquilar una vivienda medianamente amplia y no tener que vivir hacinados con riesgo de enfermarnos por contagio; y a consentir todo lo que se está tramando para convertirnos en robots, literalmente iguales a los artefactos electrónicos que admiramos tanto.
Desde hace tiempo, la humanidad está desquiciada en muchos aspectos –psicológico, moral, conceptual–, pero el que más nos perjudica a todos es el espiritual. Si hiciéramos una encuesta global sobre la mentalidad de la gente, me atrevería a decir que el 80% daría positivo en materialismo exacerbado, y el 20% en espiritualismo especulado (entre moderado y radical).
A juzgar por el tenor especulativo con el que se pronuncian quienes lideran, y por ende quienes los siguen, el factor desencadenante de todas las irregularidades y meteduras de pata que ocurren en el mundo, es una brutal desinformación generalizada acerca de la verdadera naturaleza de las cosas y del real propósito de la vida humana.
A mi juicio, tanto los ateos como los creyentes están desorientados porque ninguno puede sostener fehacientemente lo que predican: Los ateos hacen hipótesis a la carta, los religiosos discrepan entre sí como lo evidencian los cientos de agrupaciones enfrentadas, y los científicos elaboran teorías acerca de lo que no conocen. Los argumentos que unos y otros exponen surgen de sus mentes desprovistas de conocimiento conclusivo. Todos están desprovistos de información fidedigna acerca de la real identidad del ser, el verdadero sentido de la vida, y la causa original de las causas implícitas en cada cosa que acontece. Lectura recomendada: la Bhagavad-gita tal como es.
Lucas Santaella