Dicho esto –que la corrupción es repudiable tanto en su dimensión individual como colectiva– se impone dar marco político a este debate sobre la corrupción. La corrupción de dirigentes es perniciosa en la propia dimensión política porque desgasta la credibilidad del proceso. La desgasta de cara a la sociedad respecto de la fuerza política, y la desgasta entre los militantes propios, poniendo en crisis la fe en la causa compartida. Cualquier discurso épico y heroico, cualquier enunciación ideológica igualitarista y solidaria, se ve lesionada si dirigentes que la encarnan o sólo la invocan aprovechan el proceso para su propio privilegio. Pero pretender que sea un problema exclusivo de los gobiernos populares es una falsedad enorme que se busca instalar sistemática e interesadamente. Si bien se trata de un problema en todos los regímenes, en todas partes y en todas las épocas con mayor o con menor caladura, creer que la política se organiza o se concibe en torno a la corrupción es un error de proporciones. Error que no tiene nada de casual, y al que se busca consagrar culturalmente para no discutir sobre intereses, conflictos, apropiación de la plusvalía o causas de la dependencia. No se trata de una ola de preocupación moral por corregir la corrupción, sino de una utilización interesada de hechos –reales, exagerados e inventados– para desacreditar, dividir, inhibir e impedir que determinado partido vuelva a gobernar. A esas usinas de operaciones mediáticas (y a sus patrones) no les interesa que se corrijan errores. Quieren un castigo ejemplar para las fuerzas políticas que distribuyeron riqueza y afianzaron las soberanías nacionales. Buscan escarmentar a sus líderes, intimidar a los dirigentes, avergonzar a los militantes, dividirlas y alejar al pueblo de ellas. Convencer de que cualquier intento de cuestionar al poder real implica una respuesta brutal, y que el resultado final aconseja no intentarlo siquiera. Quieren convencernos de que cualquier bienestar de las mayorías es insostenible, y que los líderes populares no pretenden la justicia social sino enriquecerse ellos mismos.