POLICRISIS: COIMASGATE, CUANDO LA ANTICASTA SE DEVORA A SÍ MISMA

Por Juan Martín Garay (*)

 El gobierno de Milei enfrenta su crisis más corrosiva: un escándalo de coimas que destruye la promesa central de su campaña, erosiona su credibilidad y abre una sangría electoral que puede ser letal.

La palabra que nadie quiere escuchar



En política, las palabras tienen un peso específico. Algunas pierden fuerza con el tiempo, otras requieren explicaciones técnicas que diluyen su impacto. Pero hay una palabra que no necesita traducción ni glosario: coimas. La entiende cualquiera, desde un jubilado que cobra la mínima hasta un estudiante universitario. Evoca indignación inmediata, una mezcla de bronca e impotencia que atraviesa todas las clases sociales.

Ese es el problema central del “Coimasgate” —también bautizado “Karinagate”, quien ya se transformó en un “meme”—: no se trata de un debate macroeconómico ni de una polémica técnica sobre balances o libros contables, como en el “Libragate”. Se trata de corrupción en estado puro, ligada además a un área especialmente sensible: la discapacidad. Y cuando el negocio se hace a costa de los sectores más vulnerables, la condena social es aún más profunda.

La fractura de la promesa fundacional

Milei no llegó a la presidencia como un político tradicional. Llegó con un contrato simbólico muy claro: terminar con los privilegios de “la casta”, barrer con los corruptos y abrir paso a una nueva lógica política basada en la honestidad brutal y la eficiencia. Su narrativa se construyó alrededor de la idea de no ser “uno más”.

Hoy, esa promesa está hecha añicos. Según las encuestas más recientes, casi la mitad de los argentinos (47%) considera que el gobierno libertario es más corrupto que los anteriores, mientras que solo un 22% sostiene que Milei no está contaminado por la corrupción. Ese dato no es solo estadístico: es existencial. Un outsider que prometía limpiar la política y que termina hundido en el barro pierde no solo votos, sino identidad.

En términos de comunicación política, es el colapso del relato. El Presidente ya no puede invocar con credibilidad la bandera anticorrupción porque la percepción social lo coloca exactamente en el lugar contrario. Y cuando la coherencia entre discurso y realidad se rompe, la confianza se evapora.

El error de manual: poner la mano en el fuego

Las crisis no se eliminan, se gestionan. Y la primera regla de gestión de crisis es simple: tomar distancia. Aceptar la gravedad del problema, actuar rápido y, si es necesario, sacrificar fichas para preservar la figura central del poder. Milei hizo lo contrario: eligió blindar a su círculo íntimo y “poner las manos en el fuego” por ellos.

Ese gesto, lejos de cerrar el tema, lo multiplicó. Un 70% de la sociedad lo interpretó como encubrimiento y un 65% reclama renuncias inmediatas de los involucrados. Lo que pudo haber sido un escándalo limitado a la Agencia Nacional de Discapacidad se transformó en un problema personal de Milei. Pasó de ser un Presidente que miraba desde afuera a ser protagonista directo de la crisis.

Ese error no es nuevo en la política argentina: lo cometieron presidentes de diferentes partidos al intentar defender lo indefendible. Pero en Milei resulta más grave porque contradice de frente la esencia de su propuesta. La “anticasta” que prometía transparencia hoy se aferra a los mismos reflejos defensivos de la vieja política.

Policrisis: todo junto, todo mal

El “Coimasgate” no estalla en el vacío. Se monta sobre un terreno ya inestable. En pocos meses, el gobierno sufrió el revés del veto a la ley de discapacidad, enfrentó el “Libragate” sin cerrar sus heridas, y debió lidiar con la tragedia de las muertes por fentanilo contaminado. Cada crisis mal gestionada dejó una capa de desgaste.

Lo que hoy vemos es lo que Mario Riorda denomina una “policrisis”: una acumulación de conflictos que se superponen, se retroalimentan y generan una sensación de desborde. En este contexto, la corrupción no aparece como un hecho aislado, sino como parte de un deterioro más amplio: político, institucional y económico.

La consecuencia es doble: se erosiona la credibilidad ante la opinión pública, pero también ante los mercados. El 61% de los argentinos cree que el escándalo impactará negativamente en la confianza de los inversores, y cuando un gobierno que se presenta como el garante del orden económico pierde esa confianza, la fragilidad se multiplica.

La sangría electoral que preocupa al oficialismo

En política, los números cuentan. Pero más que los números, cuentan las tendencias. Y la tendencia es clara: Milei pierde apoyo. Un 12% de quienes lo votaron en 2023 asegura que no lo volvería a hacer después de este escándalo, cifra que se suma a un 13% que ya lo había descartado antes. En total, un cuarto de su electorado inicial ya se fue.

En un país con márgenes electorales ajustados, incluso una fuga del 3% puede definir una elección. Mucho más si se trata de votantes que fueron clave para ganar el ballotage. La sangría existe y es visible. Y lo que es peor: no se trata solo de pérdida de adhesión coyuntural, sino de un quiebre en la confianza. Cuando un votante se siente traicionado, difícilmente vuelva.

El símbolo más corrosivo

La política argentina está llena de escándalos. Algunos se olvidan rápido, otros quedan grabados en la memoria colectiva. El “Coimasgate” pertenece a esta segunda categoría, otro más, uno nuevo, porque combina todos los ingredientes de un símbolo corrosivo: corrupción, vulnerables afectados, complicidad oficial y una narrativa rota.

En política, los símbolos pesan más que las cifras macroeconómicas. Un buen dato de inflación puede durar un mes; la percepción de corrupción puede durar una década. Y aquí radica el peligro para Milei: no importa cuántos números fiscales muestre, si la sociedad lo percibe como corrupto, la fractura con la ciudadanía será irreversible.

Cuando la anticasta se convierte en caricatura

El gobierno de Milei enfrenta la peor crisis de su joven historia, no porque sea la más compleja de explicar, sino porque es la más simple de entender. “Coimas” es una palabra que destruye relatos y perfora blindajes. No hay tecnicismo que la disimule ni grito libertario que la tape.

La “anticasta” que prometía una nueva política se ha convertido en la caricatura de aquello que vino a destruir. Y lo que se quiebra ahora no es solo una promesa electoral: es la confianza de la sociedad en que podía existir algo distinto. Así las cosas, cada vez estamos peor. Lamentablemente, en el medio está la gente. Lo único que debe importarnos y quien siempre “paga los platos rotos”.

(*) Abogado. Concejal 2023-2027. Vicepresidente 1° HCD. Presidente del Bloque Concejales PJ 2023-2027. Apoderado del Consejo Departamental PJ Uruguay. Congresal Provincial PJ ER. Secretario de Gobierno 2019-2023. Concejal 2015-2019. Presidente del Bloque Concejales PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.-