Por David Bueno
Persistir es una actividad biológica, una actitud vital que comporta una serie de consecuencias desde la perspectiva individual y social. La crianza, la educación, el medio ambiente, la memoria y hasta la lengua influyen en la forma en que cada individuo afronta los cambios. Así las diferentes formas de ver el futuro y de imaginarlo dependen de parámetros de funcionamiento cerebral asociados a características de la personalidad, como el optimismo o la perseverancia. Pero la estructura cerebral no nos viene dada desde el nacimiento y tanto las experiencias pasadas como el momento presente influyen en cómo se construye y se reconstruye el cerebro. Un cerebro humano está formado por unos 86.000 millones de neuronas, pero la cifra no es relevante para nuestras funciones cognitivas. Tener 10 millones de neuronas más no implica disponer de capacidades extraordinarias. La vida mental surge de las conexiones que crean las neuronas entre ellas, y es aquí donde estriba la importancia funcional del cerebro. Se calcula que un cerebro humano contiene unos 200 billones de conexiones, pero un cerebro estimulado, que lee, piensa, estudia, disfruta, juega… puede tener hasta 1.000 billones.
Cuando estamos en un callejón sin salida, resistir es una de las opciones aunque a menudo pueda convertirse en una especie de obligación cognitiva y podemos llegar a creer que no hay más alternativa por falta de flexibilidad y en consecuencia de capacidad transformadora. Soportar los golpes no es dejarlos atrás sino continuar recibiéndolos, y esto implica una actitud estática, mientras que la persistencia está relacionada con el optimismo, la motivación y la capacidad de autotransformación. Por otra parte, las neurohormonas implicadas en la motivación y en el placer también estimulan sensaciones de optimismo. Por este motivo las personas motivadas tienden a ser más optimistas y las optimistas tienden a motivarse con más facilidad. Según la psicología positiva, los tres elementos clave para el optimismo y una actitud de esperanza son: tener objetivos; encontrar diferentes maneras de alcanzarlos; creer en la propia capacidad transformadora. En resumen, fomentar desde la infancia las habilidades que conducen a la persistencia supone una gran inversión individual y social.