Patrimonio y memoria de una comunidad

El ingreso al cementerio israelita de Concepción del Uruguay.

Por: José María Villanueva

El Cementerio Municipal de nuestra ciudad fue declarado hace poco tiempo atrás como patrimonio Histórico, Artístico y Simbólico por el Concejo Deliberante. Comparte ese honor junto al Cementerio Israelita, también con una historia ligada a Concepción que comienza en la segunda década del pasado siglo.
Gustavo Sirota, autor del libro Los Judíos de Concepción del Uruguay, compartió, fechas, historias y nombres de los más de 650 vecinos que hoy descansan en ese cementerio.
Como todo debe comenzar desde el principio, Sirota cuenta que “se toma la fecha de 1923 como fundacional, aunque no está definitivamente precisado desde cuando los israelitas de Concepción tuvieron un lugar donde enterrar a sus muertos de acuerdo a su ritual.
Si bien la Ley judía solo prescribe que la inhumación se lleve a cabo “en tierra virgen” y, de acuerdo a un ceremonial establecido, la posibilidad de tener un cementerio donde hacerlo de acuerdo a su ritual ya se contempla en la ordenanza del 20 de julio de 1918 que permitía incorporar “media hectárea de tierra al cementerio público para destinarla a Cementerio Israelita”.
Esta fecha, 1923, es la que se toma a partir de las primeras defunciones anotadas en los registros comunitarios, más allá de las dudas que ha generado la leyenda “Cementerio Israelita 1936” que aparece en la parte superior del portal de ingreso. Ese año se realizaron importantes obras edilicias en el predio, entre ellas el portal, pero no guarda relación con la fecha de fundación”.
Primer punto aclarado hasta con el mínimo detalle, para afirmar que “la primera sepultura oficialmente registrada es la de Clara Yankilevich o Yankelevich, nacida en Besarabia de 12 años de edad del 30 de agosto de 1923. La segunda corresponde a N. Fuine, el 30 de septiembre de ese año. Igualmente la más antigua es la de Salomón Spekman, de fecha 7 de noviembre de 1920. Seguramente una vez inaugurado el cementerio los familiares de quienes fallecieron con anterioridad hayan dispuesto el traslado hacia el cementerio judío”.
Sirota cuenta también que el Cementerio Israelita “guarda una completa simetría, con una vereda grande a modo de calle que separa ambos lados, una frondosa arboleda, que corre de oeste a este. Como es regla, todos los cuerpos están en dirección este, de acuerdo a lo que marcan la tradición ritual, orientadas en dirección a Jerusalén”, resaltando además que “la separación entre hombres y mujeres se mantuvo inalterable hasta entrada la década del sesenta. El lado sur era solo ocupado por mujeres y niños y los hombres ocupan el lado norte. Desde entonces esta división ha quedado sin efecto, pero fue cumplida por más de cuatro décadas.
La separación entre hombres y mujeres es similar a la que se guardaba – se guarda aún en muchas comunidades y grupos vinculados con la ortodoxia religiosa – en las ceremonias y oficios religiosos y tiene que ver con el rol asignado a cada uno de los sexos en la tradición judía”.
Destaca que aún permanecen ciertas ritualidades como “la de detener el cortejo siete veces, contando desde el límite de ingreso al cementerio hasta el lugar donde se dispuso el entierro.
Estas siete “paradas” en las cuales se recitan diferentes oraciones, simbolizan las siete etapas de la vida o las siete veces que la palabra vanidad figura en el antiguo testamento, agregando que otra de las costumbres que se observa aún es la de “marcar” el recuerdo permanente por el fallecido, lo que se realiza dejando “dejando una piedrita” manera de “unir nuestro pasado con el presente”. El colocar ofrendas florales o de algún otro tipo, por lo general flores, se realiza, pero no sin dejar en cada visita alguna piedra, “marcando” tal lo prescribe la tradición”.
En cuanto a las inscripciones en las tumbas, se continúa con “lo que impone la tradición hebrea. Solo aparece inscripto el nombre del fallecido – en muchos casos en hebreo y en castellano – y la fecha del deceso como exclusivo epitafio. En algunas pocas aparece el nombre en hebreo del padre del muerto y también la fecha del calendario hebreo correspondiente con el día de la muerte. La mención de los familiares directos – padres, hermanos, hijos, esposo / a – es casi lo único que acompaña en casi todas las lápidas al nombre del fallecido. Casi todas también tienen la inscripción con caracteres hebreos de la abreviatura “Zijronó Librajá” – de bendita memoria –“.
Entre los datos llamativos que va soltando en la charla, Sirota cuenta que “hay una tumba que permanece separada del resto y es la de Berta Maravankin de Gorín quien falleció el 7 de julio de 1924. Quizás en la causa de su muerte – suicidio – encontremos la explicación ya que la tradición ancestral “condenaba” esta práctica, considerada un “error moral”, una deliberada rebelión contra dios” aunque aclara que con “que otros suicidas no se ha observado igual conducta”.
La charla se va cerrando con otros datos curiosos como la tumba de Elsa Nora Skliar – suicida también –la única que cuenta con placas e inscripciones con poemas de todo el cementerio de quien “se sabe que murió muy joven, con solo diecisiete años, el 15 de diciembre de 1948. Seguramente esta – su afición por la literatura – es la razón por la que hay transcriptos dos poemas en su lápida”.
Cierra explicando otra tumba singular es la de Jacobo Nachajón, Rabino de los judíos “orientales” – sefaraditas “en su tumba puede leerse la inscripción que alude a su condición de Rabino y la fecha de su deceso el 15 de diciembre de 1928. La necrológica del diario “Los Principios” del 17 de diciembre de 1928 trae un comentario sobre el “fallecimiento de un Rabino” señalando el hondo pesar que ha causado “la muerte a los 65 años del anciano y apreciado… gran Rabino de la colectividad…enlutando a muchas familias”.

Se mencionaron historias y nombres de más de 650 vecinos.