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El libreto de al menos un sector de la oligarquía será ahora promover un recambio para entretener y poder continuar con este rumbo entreguista y empobrecedor para la mayoría del pueblo argentino.
Hecho el trabajo sucio más duro, un poco de aire y de humo para distender un poco. Ha pasado otras veces, ya lo hemos visto.
Un viejo libreto actualizado: echarle la culpa al personaje y garantizar la permanencia de los mecanismos del despojo, del elenco permanente que está en las sombras.
En medio de una crisis política enmarcada en una debacle financiera, se dio la única vez en que el vicepresidente reemplazó al presidente no mediando muerte o incapacidad por su salud.
Los que pregonan los tiempos dorados de la Argentina oligárquica puede que lo hagan de brutos ignorantes y colonizados mentalmente, aunque esa leyenda tuvo sus cultores más ilustrados hace décadas, producto de otra falsificación histórica interesada, con un poco más de lustre que los seres rudimentarios que mandan y medran por estos días.
Pinceladas históricas
Copio aquí unas pinceladas históricas sobre aquel tiempo, que no salen de pluma zurda o populista, sino de un muy liberal historiador argentino.
“Las provincias, que osaron venir por lana, salieron, a corto plazo, no sólo trasquiladas sino engullidas para siempre, y a la mentira del régimen representativo se siguió la mentira del régimen federal. Una constitución ejecutivista de suyo, manejada por un poder ejecutivo dueño ahora del nuevo distrito federal convertido en poderosa palanca económica y política; un poder ejecutivo que negaba por añadidura y sin ambages el derecho electoral, tenía que dar en seguida el fruto precoz que se ambicionaba: vale decir un poder monstruoso al servicio del insaciable capitalismo, confundido a sabiendas ahora con la civilización. En seis años, el capitalismo materialista ya lo había invadido todo con patente menoscabo de los valores espirituales que dieran unidad y cohesión a la sociedad argentina desde sus orígenes. El patriotismo consistía en dar impulso al carro pomposo del llamado progreso. En nada más …”.
Al poco tiempo, afluían a Buenos Aires todos los aventureros del agio internacional y del comercio ilícito. Sobrevino la llamada “crisis del 90”.
José Manuel Estrada, hombre probo, la definió en términos no por altisonantes menos exactos y justicieros: “La República Argentina, en su tormentosa existencia, ha pasado por muchas horas duras y sombrías. … Veo bandas rapaces, roídas de codicia, la más vil de todas las pasiones, enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar su sustancia, pavonearse insolentemente en las más cínicas ostentaciones del fausto, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día. … Bendita la adversidad que desacredita oligarquías corrompidas y corruptoras y disipa los sueños enervantes de los pueblos”.
“Consecuencia de todo aquello, fue una nueva revolución: la del 90. Una nueva revolución vencida… Y el vencedor fue Roca… Dueño de la situación, aprovechó el momento para desplazar a su concuñado, sobre quien echó todas las culpas…. (lo hizo renunciar) y brindó el sillón presidencial a Carlos Pellegrini, vicepresidente ‘gran muñeca’ política, convertido ahora en prohombre y en regenerador … El vice de Juárez Celman llevábase las manos a la cabeza. Asombrábase de los desmanes del renunciante, su compañero de fórmula….
(José Luis Busaniche, prólogo a “Juan Manuel de Rosas”, 1955).
De forma y de fondo
Es bueno que se tropiecen y se caigan. Pero a no equivocarnos, no hace falta un recambio del elenco, hace falta un cambio sustancial, profundo y sostenido de política: soberanía nacional, economía independiente, autonomía tecnológica, justicia social, concepción humanista, libertades para los ciudadanos y no para la rapiña oligárquica, educación y salud pública, cultura nacional, orden y seguridad, austeridad y ética en la función pública.
Eso no vendrá por cambio de ministros ni porque ahora descubran que estaba loquito y levanten alguna gente más modosita y cara de seria. Con la oligarquía no tenemos nada que ver ni negociar.