Por Carlos Heller
El atentado del jueves 1 de septiembre contra Cristina Fernández de Kirchner, que supera los límites aceptables para la Argentina democrática, no surge por generación espontánea. Las manifestaciones irresponsables expresadas desde hace mucho tiempo por la oposición política, mediática y judicial pueden generar consecuencias graves. Los discursos de odio y de violencia, cuando se los repite muchas veces, terminan produciendo actos de odio y de violencia. Además de instar a la dirigencia toda, a los medios de comunicación y a la sociedad en su conjunto a sumarse al rechazo a la violencia, debemos comprometernos todos con la búsqueda de la paz social por encima de cualquier diferencia. Preservar la vida y la paz es imperativo para el desarrollo de la vida humana, la libertad y la democracia. No es casual que hace sólo unas semanas escribí sobre la amenaza a la democracia, a propósito de lo que estaba ocurriendo en el juicio a Cristina, y señalé que era una muestra de cómo los procedimientos judiciales son transformados en un armazón manipulado al servicio del poder concentrado. La posverdad desempeña un triste pero efectivo papel en la configuración de escenarios, no sólo en lo político, sino también en lo económico, dos cuestiones que no pueden separarse. Desde hace varios meses se venía insistiendo con la inevitable devaluación que no ocurrió. Y también se contribuyó a generar expectativas de que “está todo mal”, de que “así no se puede seguir”, posturas absolutamente arbitrarias. Otra de las cuestiones con las que se insiste hasta el cansancio, con infundados argumentos, es que habría un Estado que “no deja vivir ni producir”, que cobra muchos impuestos y que es manejado por gente “corrupta”. Cuando el argumento se repite hasta el infinito, lo que ourre es que empieza a prevalecer en ciertos sectores de la población la sensación de asfixia y se terminan apoyando políticas que finalizan obrando en contra de los propios intereses de amplios segmentos de la población. Este fomento del individualismo y del “sálvese quien pueda” es parte de la esencia misma del neoliberalismo y sólo les sirve a unos pocos sectores concentrados. En cambio, los verdaderos valores de la libertad tienen un sentido más profundo. Los mismos radican en la posibilidad de perseguir los sueños individuales pero en el marco de respeto y valoración de lo colectivo, de vivir dignamente, en paz y en democracia.










