Mario Lubetkin (*)
Los últimos años han sido uno de los más desafiantes en términos económicos para América Latina y el Caribe. La pandemia por Covid-19 y sus consecuencias económicas y sociales, el conflicto en Ucrania y la crisis económica global, han generado una tormenta perfecta.
La proyección para los próximos años tampoco es alentadora. Además de la escalada de los precios internacionales de los alimentos se suman las rupturas en cadenas productivas clave como la energía y los fertilizantes producto de la guerra.
Hoy enfrentamos el ciclo inflacionario de precios de alimentos más alto de los últimos años y nuevamente son los más pobres los más afectados. Actualmente los alimentos representan dos tercios de la inflación en los hogares de menores ingresos, ya que son los más pobres los que gastan una proporción más alta de sus ingresos en comida. Como consecuencia, esto repercute de forma directa en el acceso a una dieta saludable y el aumento en las cifras de hambre.
En este contexto es imperativo que los países potencien sus sistemas de protección social en apoyo a los más vulnerables. Sabemos que este fortalecimiento puede ser complejo para los países tomando en cuenta el actual escenario económico en la región, con altos niveles de deuda externa y la inflación. Sin embargo, el Covid-19 demostró que la implementación de planes y estrategias de emergencia tales como transferencias de dinero, subsidios y otras medidas, generan un beneficio concreto para los más pobres.
Pero no podemos quedarnos sólo en respuestas de emergencia. El aumento de las cifras de pobreza e inseguridad alimentaria en América Latina y el Caribe demanda la generación de medidas de apoyo permanentes y no solo como respuesta a contingencias. Actualmente 56,5 millones sufren hambre en nuestra región y no podemos permitir que más personas engrosen esta cifra.
Desde FAO tenemos la convicción que la Agricultura Familiar es un sector clave en el proceso de recuperación para la crisis actual. Es por eso que trabajamos para apoyar a los países en el desarrollo e implementación de políticas diferenciadas para este sector, a partir de su realidad y necesidad.
Pero esto no podemos hacerlo en solitario. Por eso es clave la integración de toda la región para trabajar juntos con un mismo objetivo: mejorar la seguridad alimentaria y avanzar en la erradicación del hambre a través de medidas tangibles. El objetivo es claro: nadie debe quedar atrás.
(*) Subdirector General de la FAO y Representante Regional para América Latina y el Caribe.