Cuando se cumplen exactamente 120 años de su nacimIento no está de más resaltar la pertinencia de un seminario sobre la vigencia del pensamiento, la obra y la actuación pública de Arturo Jauretche, uno de nuestros pensadores más originales al tiempo que uno de los más accesibles para el lector de a pie.
Por Sergio A. Rossi
Jauretche es una especie de artesano que enhebra un lenguaje llano, cargado de convocante sentido común, con razonamientos plenos de buen sentido que perturban tramposos hábitos mentales consolidados por la repetición hecha costumbre.Por otra parte, y al agradecer la oportunidad de escribir estas líneas, valgan unas aclaraciones sobre mi contexto de viejo lector que va a comentar a Jauretche. La invitación está relacionada con uno de los libros de nuestro autor: “Ejército y política”, pero más que por acreditar o haber transitado una reflexión meditada, sistemática y continua sobre el particular, por encontrarme los últimos años en un ámbito laboral y político estrechamente ligado a las Fuerzas Armadas. Se trata, entonces, de la mirada de alguien alejado de las ciencias sociales, que descubrió a Jauretche a la salida de su adolescencia, entrada la dictadura, mientras estudiaba ingeniería y se volcaba a la militancia política; y a quien imprevistamente el azar colocó como testigo privilegiado de los cambios producidos en nuestra política de defensa.No empecé con “Ejército y política” sino con “Manual de zonceras”, que me llamó desde la tapa –Jauretche titulaba bien, despertando la curiosidad del lector– y luego “Los profetas del odio”, que me sedujo por esa mezcla de lenguaje simple y coloquial con rigurosa elaboración intelectual. Y por esa combinación de lealtad inconmovible en la batalla hacia el proceso político que sostiene su causa, con un espíritu crítico que desagrega la paja del trigo, reconoce fallas y adulones en el bando propio, así como lo que hay de valor en el campo ajeno. “Ejército y política” vino después, síntesis impecable y sencilla de la perspectiva histórica de nuestro proceso nacional y de nuestra inserción en la geografía del mundo.Comentar a Jauretche supone un riesgo que recuerda un viejo chiste de Fontanarrosa. Dos intelectuales conversan y uno cuenta que acaba de terminar el nuevo libro de Dorfman y Mattelart: “Cómo leer al Pato Donald”.
–¿Y qué tal? –pregunta el otro.
–Mucho mejor el Pato Donald.
Quitando el cuerpo a la tarea de explicar el libro prefiero recomendar su lectura. Me limitaré a señalar ciertos tópicos de los que el libro habla y ciertos otros a los que no hace ninguna referencia, en su relación con el debate que en estos 33 años hemos sostenido en nuestro país sobre el rol de nuestras fuerzas armadas. O puesto de otro modo, qué de lo que dice Jauretche se ha discutido en este tiempo, cuánto hemos utilizado de su pensamiento, y arriesgar por qué.
Derrumbe y recuperación
Tras el derrumbe de la dictadura y la recuperación de la democracia, nuestra sociedad reflexionó sobre cómo poner fin al ciclo del golpismo militar abierto en 1930. O más precisamente –por cuanto la selección de ese punto de partida ya sesgaba el debate– cómo cortar la presencia del poder militar como tutor del sistema político. Un instrumento burocrático y corporativo auto-concebido como tribunal final de apelaciones, última ratio de la conservación de un sistema de privilegios, apéndice imperial de vigilancia a rebeldías al orden neocolonial, o esperanza de toma del poder para resurrecciones nacionalistas o redenciones populares. Al principio el punto era cómo evitar, desde los actores partidarios del juego democrático, la tentación de acudir al golpismo. Y cómo desarticular el “partido militar”, inhibirlo definitivamente, poniendo fin a una larga acumulación sedimentaria que fue configurando la progresiva conciencia autonómica de las corporaciones armadas hasta el asalto al poder total en la dictadura procesista, que las colapsó, arrastrando en su propia debacle al país que habíamos conocido. Ese debate gestó y alumbró el acuerdo bipartidista–lo más parecido a nuestra Moncloa– que expresó, plasmó y sostuvo el sistema democrático: la decisión de establecer y construir control político sobre el instrumento militar. La foto: el líder opositor, el peronista Antonio Cafiero, acompañando al Presidente, el radical Raúl Alfonsín, en el balcón de la Casa Rosada ante el alzamiento carapintada. El instrumento: la Ley de Defensa Nacional (23.554) de 1988.Tras una etapa signada por impunidad acordada a los mandos a cambio de la marginación militar de la política, con las posteriores leyes de Seguridad e Inteligencia y sus decretos reglamentarios, con avances y retrocesos se dio un intenso proceso de reflexión y reformas que se aceleró en la última década. Concebir, definir y construir esa conducción civil o política de las Fuerzas Armadas, plasmada en acuerdos multipartidarios y leyes que bloquean la preparación de nuestros militares para la represión del conflicto interior y les inhiben realizar espionaje interno, resultó tarea ardua y necesaria. La democratización de las Fuerzas Armadas tuvo en cuenta nuestra propia historia, pero también aprendió de experiencias como las de España y Alemania. La división tajante entre las organizaciones que se ocupan de actividades de policía interna y la seguridad interior, respecto de las encargadas de la defensa ante una agresión (estatal) extranjera recoge inspiración y experiencia de los Estados Unidos. Cabe aclarar que de la experiencia de EE.UU. y no de su prédica, ya que demasiadas veces los latinoamericanos recibimos desde aquel mismo país el consejo de destinar los militares a tareas de represión interior y prevención de “peligros” de época (comunismo, narcotráfico, fundamentalismo, terrorismos, crimen trasnacional).El país debatió muchísimo sobre “la cuestión militar” pero muy poco sobre defensa. Jauretche habla poco o no nada sobre las formas y los mecanismos institucionales de control y conducción de las fuerzas armadas. Él critica el profesionalismo militar como una maniobra para evitar que los militares participen de la política, instrumentada por el general Justo en la Década Infame, a través de Rodríguez, para evitar que se vuelquen a la construcción de la nación. Busca que los militares participen, convencidos e impregnados por una doctrina nacional, de la política grande. No aparece ninguna preocupación por mecanismos que controlen que sus cuotas de poder resulten equilibradas, y que no se apliquen a tareas diferentes a las que les están contempladas. La muerte de Jauretche, un mes antes que la de Perón, le evitó el mal trago de ver cómo el gobierno estallaba en contradicciones, la violencia sectaria interferida y estimulada por el reloj golpista, y el golpe final de los militares procesistas, con su desaforado asalto al Estado, la violencia interior aplicada sin ley como sistema ante su propio pueblo concebido como enemigo a aniquilar, y la destrucción de la industria como puntal de aspiración soberanista, generadora de empleo contribuyente a la cohesión social. Es claro que fueron el horror, la extensión y la profundidad de la dictadura las que signaron el período que le sucedió, y que éste poco tuvo que ver con el período en que actúa y reflexiona Jauretche. Nos queda el ejercicio contrafáctico, la pregunta retórica sobre qué hubiera dicho nuestro autor, qué tiene para aportar su sistema de pensamiento. Una pregunta posible: ¿hubiera resignado, para volver a la caja de Pandora al partido militar, la búsqueda de su propia facción militar constructora de una política nacional que apuntale la Patria Grande? Difícil saberlo. ¿Quiénes encarnaron el pensamiento y la corriente política de Jauretche en la materia? ¿Dónde reaparece, se despliega y encarna su postura expresada en “Ejército y Política”? Tengo para mí que algunas líneas de la revista “Unidos” de la segunda mitad de los ’80, y sobre todo Salvador Ferla en “El drama político de la Argentina contemporánea”. Ferla es un admirador confeso de Jauretche que cultiva una originalidad y un estilo que no le van a la zaga. El capítulo sobre la génesis, proceso y desmesura de la autonomía y enajenación militar merece un análisis que la academia no suele brindar a quienes no le pertenecen. Desarrollado el proceso de memoria, verdad y justicia; cumplidas y asentadas las reformas del marco normativo y del instrumento militar; quizás se abra el tiempo ahora de volver a analizar el eje que nos proponía Jauretche. De hablar menos de la cuestión militar y hablar más de la política de defensa.