Noticias sociales

Bautismo
Theo Lorenzo Martínez fue ungido en la parroquia María Auxiliadora con los óleos bautismales.

Uruguayense distinguida
La doctora Camila Burgos, jefa de residentes de clínica médica, fue una de las vecinas reconocidas durante el homenaje a La Delfina.
La profesional atiende todos los días junto con su equipo a los pacientes de sala Covid del Hospital Justo José de Urquiza.

Imágenes familiares
Los lectores de LA CALLE que deseen enviar sus fotos referidas a cómo celebran sus aniversarios y viven la cuarentena desde sus casas pueden enviarlas –en forma gratuita- al siguiente correo electrónico: redacción@lacalle.com.ar para su publicación.
En lo posible, consignar los nombres de las personas que aparecen en la imagen, el apellido de la familia y la localidad de residencia.

Santoral
Los católicos recuerdan hoy a San Alejo. Era hijo de un rico senador romano. Nació y pasó su juventud en Roma. Sus padres le enseñaron con la palabra y el ejemplo que las ayudas, que se reparten a los pobres, se convierten en tesoros para el cielo y sirven para borrar pecados. Por eso, Alejo desde muy pequeño repartía entre los necesitados cuánto dinero conseguía y muchas otras clases de ayudas. Y esto le traía muchas bendiciones de Dios.
Pero, llegando a los 20 años, se dio cuenta de que la vida en una familia muy rica y en una sociedad muy mundana le traía muchos peligros para su alma. Y huyó de la casa, vestido como un mendigo y se fue a Siria. Allí estuvo durante 17 años dedicado a la adoración y a la penitencia y mendigaba para él y para los otros muy necesitados. Era tan santo que la gente lo llamaba ‘el hombre de Dios’. Lo que deseaba era predicar la virtud de la pobreza y la virtud de la humildad. Pero, de pronto una persona muy espiritual contó a las gentes que este mendigo, tan pobre, era hijo de una riquísima familia, y él, por temor a que le rindieran honores, huyó de Siria y volvió a Roma. Llegó a la casa de sus padres en Roma a pedir algún oficio y ellos no se dieron cuenta de que este mendigo era su propio hijo. Lo dedicaron a los trabajos más humillantes y así estuvo durante otros 17 años durmiendo debajo de una escalera y aguantando y trabajando hacía penitencia. Y ofrecía sus humillaciones por los pecadores. Y sucedió que, al fin se enfermó y ya, muribundo, mandó llamar a su humilde covacha, debajo de la escalera, a sus padres, y les contó que él era su hijo, que, por penitencia, había escogido aquél tremendo modo de vivir. Los dos ancianos lo abrazaron llorando y lo ayudaron a bien morir. Después de muerto empezó a conseguir muchos milagros en favor de los que se encomendaban a él. En Roma le edificaron un templo y en la Iglesia de Oriente, especialmente en Siria, le tuvieron mucha devoción.