Noches de terror a pasos de la plaza

Julio. 1976. Concepción del Uruguay parecía, y era, una ciudad más tranquila que la actual. Los militares ya habían puesto a Videla al comando de todo, con las grandes urbes convertidas en campos de concentración gigantes, transformándolas en un gran experimento de represión, con el miedo como factor clave de supervivencia.

Por Gerardo R. Iglesias

En Concepción la vida era normal. Hasta que julio despabiló a varios con el frío que venía desde el sur y golpeaba mucho más que en estos tiempos. Un grupo de estudiantes que militaban en el Colegio, en la Normal y en el secundario Nocturno del Histórico fueron detenidos por una patota de Policía Federal que los mantuvo secuestrados ilegalmente en la delegación de esa fuerza, en Artigas y San Martín, en lo que hoy se conoce como la Noche del Mimeógrafo. E tercer juicio oral y público por esos hechos a los ex policías Varela y Rodríguez, dos imputados que no habían sido incluidos en los anteriores juicios, fue postergado sin fecha de realización aún.

César Román, Horacio Valente, Carlos Martínez Paiva, Roque Minatta, Juan Carlos Romero y Juan Carlos Rodríguez, terminaron entre las paredes de esa delegación, mientras afuera, por las veredas, acaso sus compañeros de aula y los estudiantes pasaban rumbo a la Normal o apurando el paso al “Cole”. Morend, Valiente y Martínez Paiva fueron trasladados a la cárcel de Coronda, en Santa Fe, y recuperaron la libertad a fines de 1978, mientras que el resto quedó en una «libertad vigilada».

La militancia, la política y la postura de rechazo a la dictadura fue más que suficiente.
Juan Carlos Romero, el Cacu, era uno de ellos. El milicaje buscaba un mimeógrafo con el que imprimían consignas contra la dictadura, contra Videla, por el boleto único (dos meses después el terror se apoderaba de La Plata con La Noche de los Lápices) y fueron cayendo “todos medios separados. Nos tenían “junados”, creo que fui el cuarto porque ya estaba Chupete Valente atado con alambre, desnudo. Después no vi más nadie, me agarraron de la cabeza a mí y a otro compañero del centro de estudiantes nocturno del Colegio. Fue el primer centro de estudiantes nocturno, después estaban Tito Bandunciel, el Changüi Rodríguez y la Pepa Minatta, que iban al Colegio y la Normal, turno tarde” recuerda Cacu hoy, mientras acomoda las manos en busca de que los recuerdos lo golpeen menos. “Ya de entrada nos cagamos enteros porque, más allá de caer por unas trompadas por borrachos nunca nos pasó nada. Pero ya me habían dicho, “no salgan”.

Lo recibe “Rodríguez con una patada, quiero subir el escalón, caigo. Uno que vive por la Artigas, casi Doctora Rato, me levanta de los pelos en el aire y nos azotan contra la pared. Ahí nos asustamos, verlos a los otros, escucharlos, subían la música (en ese tiempos se llamaba música funcional) para que no escuchen” sigue Romero con su relato casi sin preguntas.

Las palabras salen como atropelladas, nerviosas, impacientes de estar tanto tiempo esperando, porque Cacu siempre mantuvo un perfil más bajo que el resto “fueron las noches del mimeógrafo, porque lo querían a toda costa. Era uno casero, que entraba en una valija chiquita. Esa semana que estuvimos ahí, esas primeras tres noches fueron de terror. Dentro de lo que pude ver, yo la pase más aliviado. Igual, me cagaron a palos me hicieron submarinos, con agua, sin agua, simulacros de fusilamiento, pistola en la cabeza”.

Tras esos días de terror, son liberados. Cacu regresa a su casa pero nada terminó ahí. Uno de los de la Federal era vecino y cayó en su casa con la amenaza, para él y su familia que no hable. Esa amenaza fue demasiado.

La familia ya había sufrido un allanamiento, el destrato de los represores y él, la tortura y los golpes. Y se fue. Una noche de julio tomó el tren “yo quería irme al sur, perderme por completo.

Tras un largo viaje, el tren paró en San Antonio del Oeste (Río Negro) y me bajé ahí, me hospedé en un hotel, me hice amigo de los dueños y que me quedé ahí un tiempo”.

De ahí a Buenos Aires, en otro edificio, en otra pensión, en otros cielos lejanos de su ciudad. El derrotero de Romero también es parte de la violencia institucional, del plan de temor y muerte que instauró la dictadura cívico-militar en el país, terror que continuo ya en democracia, porque a su regreso a Concepción, fue perseguido en silencio ya por su actividad en la mítica Cooperativa de Estudiantes (ubicada en calle Perón a cuadra y media de plaza Ramírez) o por su militancia política.

En ese sentido, Cacu agrega que nunca buscó un respaldo “no tengo la cubierta del resto, nunca la busque tampoco siempre me las arregle solo”.

Tras el regreso emigrar otra vez a Paraná donde estuvo mejor, más contenido, más protegido pero siempre se vuelve y Romero volvió y hoy transcurre nuevamente su vida en su ciudad, como debe ser.

Cuando el relato regresa otra vez a esos días de la mitad de los setenta, Romero recuerda al teniente que les gritaba “que no quería ver flamear un trapo rojo.

Que para él era una patada en el culo esto, manga de pendejos, cómo van a hacer eso.

El tipo no quería quilombos acá”. Como una bella parábola del destino y un triunfo de la memoria, verdad y justicia, hoy Romero cuenta su historia en estas páginas que en su momento no reflejaron nada de esto y espera “Justicia solo espero justica.

Otros perdonaron, yo no quiero. Todo dentro de la ley a pesar de estar juzgados con leyes comunes y a pesar que hay cosas que no prosperaron”.

Recuerdo al Cacu de esos tiempos. Con Felipe Echazarreta, uruguayo, que llegó escapando de la dictadura de su país, con historia familiar del PC y “Tupa” oriental. Los dos trabaron una amistad de ideas y anhelos. Lo recuerdo al Cacu, esmirriado, pequeño, con el paso apurado siempre, atento, casi tenso. Con el transcurrir de los años supe su historia y entendí muchas cosas. Concepción fue una ciudad que estuve casi al costado de los años de horror de la dictadura pero varios episodios sí trascurrieron y se debe ser buscando y difundiendo. Algunos banalizaran lo vivido por el Cacu y sus compañeros, minimizaran hechos que sucedieron en nuestras calles, pero otros, más atentos que nosotros, estarán atentos para que no sucedan Nunca Más.