No apoyar lo anómalo

Señor director:
Se diga lo que se diga, estamos en problemas, y verlo de este modo no significa que tenemos que conformarnos a sufrirlos. Mientras tengamos un poco de inteligencia y de amor propio, no debemos consentirlo. Podemos comprender que si el miedo nos domina, es porque nos ha sido inculcado desde la infancia por un modelo de cultura materialista, basada en reglas y costumbres decadentes, fatalmente conformistas.
El drama de que los votantes sean traicionados por aquellos a quienes votaron, es un fenómeno consuetudinario. La incertidumbre que padecen los ciudadanos en todas las partes del mundo se debe en parte al descalabro que desde hace tiempo viene provocando la maquinaria político-financiera en las sociedades con evidente impunidad. Está comprobado que acusar de traidoras a las instituciones que rigen los destinos de los pueblos es papel mojado. La mentalidad desfasada y corrupta de los que ostentan el poder, es noticia diariamente en los medios. El sistema democrático se ha convertido en una farsa reflejada en el dicho popular de que “hecha la ley, hecha la trampa”. La democracia está plagada de fisuras y, aunque todo el mundo lo sabe, campea como una nueva religión debido a que, a pesar de todos los trucos y mentiras, es dada por buena por una inmensa mayoría de “creyentes”. Biología genética, manipulación celular, robotización de la conducta humana, inescrupulosas gestiones de gobiernos e instituciones desmarcadas de la ley, y leyes acomodadas a las ideologías partidarias, atentan contra el natural estatus psico-físico de los humanos. Todo eso y muchas más transgresiones aberrantes, con cada vez más consenso, están convirtiendo la sociedad resquebrajada de la que formamos parte en arenas movedizas. Alguien dijo una vez, que “todo lo que se necesita para que las fuerzas del mal se consoliden y triunfen, es que la gente buena no haga nada”. Por tanto, si uno está incómodo con el rumbo caótico que está tomando el mundo, debería comprender que su pasividad seguirá dando fuerza a lo anómalo, y que, simplemente no colaborando –como en su momento hiciera Gandhi para debilitar la opresiva dominación británica–, podría contribuir a que el mundo no sucumba ante una era de calamidades nunca vistas disfrazada de falso bienestar utilitario, bajo el abrigo de la Inteligencia Artificial. Si a uno le preocupa la situación del mundo, si no está de acuerdo con las turbias ideologías restrictivas que se barajan contra la voluntad popular, debería preguntarse: “Si no soy yo, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?” Mientras a uno le asalten este tipo de preguntas, todavía cuenta con suficiente capacidad para no ser parte del problema y convertirse en parte de la solución.
Lucas Santaella