Por José Steinsleger
A finales del siglo XIX e inicios del XX, un heterogéneo y paradójico conjunto de pensadores sentó la génesis del fascismo, que a su vez fue explicada, con síntesis potente, en un ensayo sin autoría de una legendaria revista chilena: “Nietzsche compró el huevito de la violencia y la superioridad; Sorel lo puso a cocinar, Maurrás lo revolvió, D’Anunzzio le echó la sal y Mussolini se lo comió”.
Como es sabido, la Primera Guerra Mundial (1914-18) dejó más de 10 millones de muertos, caída de cuatro imperios y la repentina aparición de la llamada “gripe española” (1918-20). En aquel contexto idóneo para los “cuatro jinetes del Apocalipsis” (guerra, hambre, peste, muerte) el fascismo italiano y su primo hermano, el nazismo alemán, organizados en grandes partidos de clases medias, fundían el temor de la burguesía a las luchas del proletariado en ascenso.
El injusto Tratado de Versalles (1919) condujo a la Segunda Guerra Mundial (1939-45), al cabo de la cual la ex Unión Soviética (aliada de las potencias occidentales), derrotó a los poderosos ejércitos nazifascistas de Hitler.
En aquel contexto idóneo para los “cuatro jinetes del Apocalipsis” (guerra, hambre, peste, muerte), triunfó la revolución bolchevique (1917) y su réplica no tardó en llegar: el fascismo italiano y su primo hermano, el nazismo alemán.
El fascismo ya no cuenta con ilustres pensadores, poetas y luchadores sociales como los referidos, junto otros que cayeron presa de sus delirios doctrinarios (Mallarmé, Rilke, D’Anunzzio, Schopenhauer, Bergson, etc.). Pero si el fascismo ha dejado de ser una filosofía más o menos razonada, sus formas “neo” responden hoy a la “antipolítica”, sustentándose en la trinidad de su evangelio mental: creer sin pensar, obrar sin reflexionar, obedecer sin discutir.
Por ende, sumemos: 1) insostenible concentración de la riqueza; 2) impacto emocional y psicológico de la pandemia del covid; 3) avances del neofascismo (libertarios, antivacunas, racistas, antifeministas, homófobos, antiabortistas), y 4) pudibundez de liberales, conservadores y socialdemócratas, que se niegan a ver el origen de la quiebra política y moral, en la quiebra del sistema económico que nos rige.
¿A qué le temen liberales, conservadores, “independientes”, “librepensadores”? Temen a lo que, hipócritamente, afirman defender: el “estado de derecho”, y las libertades que a conciencia y democráticamente, permiten votar contra los privilegios de casta y clase. De ahí su odio a los gobiernos soberanos que combaten la corrupción, con políticas sociales que levantan la autoestima popular.