Por Ana Hernández
“Donde hay dolor habrá canciones… acabo de perderlo todo”. Seamos capaces de celebrar con el mantel nuevo de la abuela y el tinto barato de la esquina para ahogar las penas de amor. Acabo de perderlo todo porque tuve una ingesta de amor.
¿Espejito, espejito quien es el más bonito? La humanidad está en peligro y no por el índice de natalidad y los factores de contaminación, sino porque el narcisismo exacerbado se está comiendo a la otredad y en ella su extinción. Sin ella no hay un reconocimiento del otro semejante como un legítimo yo. Suena desde el fondo una sintonía hegeliana que manifiesta nuestro ser a través de otro. La otra mirada tan necesaria para constituirnos.
Hay una negación a vivir ese proceso que citaba el domingo anterior, entre ellas la negación a transitar el dolor. El animal perdido desde la esencia y la pertenencia al mundo que se supone evolucionado pero que ha perdido contacto con la tierra, el agua y sus frutos. La animalidad tiene capacidad y sabiduría de sanación. Nos negamos al dolor y cuando lo hacemos estamos negando a sentir y sentir-NOS.
Es el tiempo para la fiesta y no la fiesta de pegártela contra la pared en consumo desquiciado para olvidar, sino todo lo contrario tiempo de descanso y conciencia para vivir el proceso. Se ha pasado, en opinión del filósofo Byung-Chul Han, “del deber de hacer” una cosa al “poder hacerla”. Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se triunfa, aparece la culpa. Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra quién dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es el gran triunfo neoliberal en comparación con las décadas 70 y 80.
Es la alienación de uno mismo, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobre ingestas de comida o de productos de consumo u ocio. Cuando recuperemos el tiempo perdido, pero no tiempo de ocio donde llenar el pasaporte y subir fotos a las redes.
Se trata del reconocimiento del Otro como un individuo diferente, que no forma parte de la comunidad propia. Al reconocer la existencia de un Otro, la propia persona asume su identidad. La gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los demás”. Pero el sistema sólo permite que se den “diferencias, pero siempre y cuando sean comerciables. “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información”.
Las relaciones epidérmicas son un reflejo y se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es sólo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca la comunicación global y de los likes sólo consiente a los que son más iguales a uno. Pasa que lo igual no duele.
Narcisismo: Sostiene Han que “ser observado hoy es un aspecto central de ser en el mundo”. El problema reside en que “el narcisista es ciego a la hora de ver al otro” y sin ese otro “uno no puede producir por sí mismo el sentimiento de autoestima”.
El narcisismo habría llegado también a la que debería ser una panacea, el arte: “Ha degenerado en narcisismo, está al servicio del consumo, se pagan injustificados montos y desquiciados por obras que no lo valen. Si fuera ajeno al mismo, sería una narrativa nueva, pero no lo es”. Por lo tanto, pierde su condición de resistencia, condición intrínseca del arte, al menos para mí.
Brindemos por más canciones en las copas nuevas, pero con el vino barato de la esquina, porque lo importante sigue siendo LA OTRA persona con quien ahogar las penas. Brindemos por cursilerías baratas, sillón, reposera y más atracones de amor.