Señor director:
Lo que está ocurriendo en el mundo es extremadamente inusual, una verdadera tragedia que nos está haciendo enloquecer. La contagiosa pandemia del Covid-19 ha trastornado a todos. Lo que más molesta es que las mentiras que antes se ocultaban con recelo, ahora se pasan por verdades sin rubor. Se miente descaradamente, como si el reinado de la mentira fuese el estatus quo que habrá de regir de ahora en adelante.
Los progres de la tribu urbana están subyugados por la tecnología que creen dominar. Especialmente, los del primer mundo son los fans incondicionales de la era cibernética. Su dependencia de las innovaciones tecnológicas en el ámbito doméstico, clínico, industrial y financiero, es brutal. Ellos han perdido el contacto con la naturaleza, con Dios y hasta consigo mismos. No saben, o descuidan saber, que la energía del cuerpo proviene del alma, y que la energía de este universo, al igual que la de otros muchos la suministra un Ser Superior al que en India llaman Bhagavan, y en cada país con diversos nombres, siempre en referencia a la misma fuente original de todo cuanto existe.
La ignorancia consentida y la dependencia esclavizante siempre han existido, pero quizás no tanto como ahora en el entramado social y el mercado laboral. La tendencia natural del ser humano es ser inquisitivo y servir sin ánimo de lucro, pero el materialismo ha contribuido a que todo se haga ciegamente y por dinero. Ahora, usualmente, la docencia y otros servicios son remunerados, y la motivación principal de la mayoría no es el celo profesional, sino la retribución que esperan recibir.
La necesidad de trabajar por dinero se ha vuelto imprescindible, y quien no consigue un empleo roba o se suicida. “¡Somos trabajadores, no esclavos!” –gritan los que realizan huelgas en las calles. Reclaman que se les aumente el sueldo, creyendo que si se les aumenta dejarán de ser esclavos. Vivimos momentos decisivos. La pandemia representa una oportunidad para reflexionar y forjar un futuro en el que la propia iniciativa no sea doblegada por la dictadura global, esa que los buitres impulsan para, según ellos, “salvar al mundo del colapso”. ¿Habrá suficiente voluntad de organización colectiva, como para aprovechar la ocasión de reinventar nuestras vidas, a medida que vayamos saliendo de la controvertida crisis actual? Ojalá. Normalmente, las graves crisis suelen favorecer la introspección y acelerar la transformación.
Lucas Santaella