Señor director:
Mirar sin ver es un fenómeno bastante común entre todo tipo de personas. “Mirar sin ver” no significa que uno no ve el objeto que tiene delante sino que no es capaz de percibir su verdadera naturaleza o real significado. Por ejemplo, los animales pueden vernos si estamos ante ellos pero no pueden saber quiénes somos, o cómo somos.
Así como la simple mirada es una momentánea observación sin fundamento confiable, la visión es constatación, verificación. Mirar no es ver, o conocer: mirar es observar, atisbar, curiosear, recorrer con los ojos lo que está delante. Pero ver es otra cosa. Ver significa “haber visto”; o sea que, después de levantar la mirada, uno haya percibido la verdadera realidad de lo contemplado en la acción de mirar.
Mirar es buscar, ver es encontrar. Mirar por mirar, sin descubrir el alma de las cosas ni advertir lo que realmente sucede –o por qué sucede como sucede, y no de otra manera– es mirar sin ver. Ver significa apercibirse de la realidad comprendida en cada cosa contemplada.
Cuando uno mira a sus semejantes suele clasificarlos según sus preferencias o criterios. Desdeña o admira las personas y las cosas caprichosamente, no juiciosamente, y por extensión, con todo lo que trata hace lo mismo: filosofía, ciencia, religión, etc. Pero lo peor de todo es que se obstina en convertir a su credo a todo el que se le pone por delante –como Nasruddin, el clásico personaje oriental, quien llegó a ser primer ministro del rey por azar, no por cualidad.
Cuenta la historia que, en cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, Nasruddin vio por primera vez en su vida un halcón real. Hasta entonces, él jamás había visto semejante clase de “paloma”. De modo que tomó unas tijeras y recortó un poco las alas, las garras y el pico del halcón. “Ahora pareces un pájaro como es debido” –dijo–. “Tu cuidador te ha tenido muy descuidado”.
Mirar es fácil, lo difícil es llegar a ver lo que se mira. La tradición cultural imprime códigos de conducta relacionados con el modo de ver las cosas y, cuando uno se da cuenta y los niega, normalmente crea otros igualmente infundados en los que resulta atrapado nuevamente.
Un mismo objeto puede ser visto de manera diferente según quien lo mire. Por ejemplo, un árbol: el agricultor, el carpintero y el poeta lo verán cada cual a su manera. Pero a pesar de que los tres lo vean, puede que ninguno de los tres vislumbre la realidad esencial del árbol. El agricultor verá la rentable cosecha de sus frutos; el carpintero la madera potencial; y el poeta la expresión evocadora y rica de la vida; pero posiblemente ninguno capte que más allá de la realidad observada con los ojos físicos e idealizada con el intelecto, el árbol es una entidad viviente, un alma espiritual en proceso evolutivo igual que la de los humanos y demás seres de la Tierra.
Lucas Santaella