Los contratiempos enseñan a vivir

Señor director:
Desde hace año y medio vivimos en continuas despedidas. La muerte se lleva cada día a miles de personas por la pandemia y por muchas otras causas, de manera que no hay nadie o casi nadie al que no se le haya muerto un pariente cercano, amigo o allegado. Mientras escribo esto, escucho en las noticias que la OMS quiere que el 10% de la población mundial esté vacunada para antes de septiembre y el 30 % para finales de año. ¿Por qué será que esta noticia me hace pensar que en vez de frenar la pandemia se planea diezmar a la población mundial, como si los gobiernos o élites globalistas en la sombra quisieran sustituir las guerras convencionales por pandemias y vacunas para ahorrar municiones, gastar menos y ganar tiempo para diezmar a la población, y allanar el camino hacia una dictadura global nunca antes vista que haría ver al Imperio Romano como cosa de aprendices? Admito que esto suene a paranoia pero, dado que estamos en tiempos de “lo nunca visto”, ¿quién te dice que por ahí acierto, o incluso me quedo corto?
Yo no tengo nada en contra de nadie. No me identifico con ningún partido político ni ideología alguna, porque desde mi temprana juventud he visto la militancia política como un despilfarro de energía o maniobra maquiavélica, una movida bastante evidente para cualquiera que se interese en repasar la historia. En las agrupaciones políticas hay una marcada impotencia para comprender a fondo la conducta humana y la real necesidad de las personas, así como para administrar un país sin molestar a nadie. La reñida convivencia entre personas es un problema que los políticos agravan con su demagogia y precario entendimiento del real propósito de la vida en sociedad. El problema de fondo de los habitantes de este mundo es mucho más grave y complejo que el ocasionado actualmente por la pandemia. Para afrontarlo exitosamente, o ponerlo en retirada, primero habría que conocer sus implicaciones en cada uno de nosotros, y saber hasta qué punto y en qué modo nos concierne. Asumir que somos los causantes de todo cuanto ocurre, como hacen los que no indagan si las noticias o interpretaciones de la gente coinciden con los hechos –o adjudicar la causa de los contratiempos al “azar”, “destino”, o cualquier otro causante abstracto como “la mala suerte”, o el “misterio”–, demuestra desconocer cómo se generan los problemas.
Saber cómo se origina un problema es la única manera de saber cómo resolverlo. Resolver problemas solo requiere un poquito de sentido común, esa luz del corazón que ayuda a detectar la mejor opción entre dos o más términos confusos. La gente necesita bienestar, justicia y paz, pero sobre todo necesita una corriente de conciencia superior que conduzca todas sus capacidades y esfuerzos personales a la plataforma del verdadero amor, recipiente de toda buena cualidad y bienestar comunitario, y fermento de prosperidad para cada aspecto de la vida.
Lucas Santaella