Las preferencias políticas y el cerebro

Por David Bueno

La política ocupa una parte importante de nuestras vidas, a juzgar por el volumen de noticias en todos los medios, y nos permite implicarnos en los temas públicos e intervenir en el interés y el bien común. En democracia, para llegar a consensos la política es imprescindible, aunque no únicamente, mediante el voto. Ahora bien, ¿cómo decidimos el sentido del voto, y cómo conseguimos el tan necesario acuerdo para el buen funcionamiento de nuestra sociedad?
Por mucho que meditemos el sentido del voto y que nos carguemos de razones antes de emitirlo, el cerebro político es esencialmente emocional. El voto se decide con una máquina que pone la razón en manos de la pasión. Las decisiones que se creen racionales, lo son porque uno cree que ha convencido a la emoción; la realidad es que casi ha sucumbido a ella. No es que razón y emoción trabajen por separado, sino que operan a la vez y se conjuntan de manera peculiar en cada individuo para determinar la decisión final.
Solemos creer que elegimos libremente lo que vamos a hacer. Sin embargo, desde el año 2008 se conoce que unas milésimas de segundo antes de ser conscientes de nuestra decisión el cerebro ya la ha tomado, y no es hasta después cuando adquirimos consciencia de lo que hemos decidido. Es decir, la actividad neural preconsciente precede a la decisión consciente que se cree tomada libremente.
El estudio en cuestión consistió en visualizar la actividad cerebral con técnicas de neuroimagen durante la toma de decisiones conscientes rápidas y simples en un grupo de voluntarios. Estas decisiones consistían en mover un dedo cuando se quisiera, a intervalos irregulares para no poder predecir su movimiento. Pues bien, la actividad cerebral asociada a esta decisión se detectó en los lóbulos prefrontal y parietal milisegundos antes de que los sujetos fuesen conscientes de que iban a mover el dedo. Para el cerebro, esos milisegundos son casi una eternidad. Esto también se ha demostrado recientemente para decisiones más complejas y abstractas, como qué alternativa apoyamos en un plebiscito.
¿Sobre qué base decide el cerebro?
Cierto que cada persona tiene unas preferencias políticas, aunque no siempre se traduzcan en el voto que termina emitiendo. Por extraño que parezca, la tendencia política se correlaciona con rasgos biológicos concretos. Por ejemplo, un estudio del 2017 indicó que la orientación política de las personas queda reflejada, en parte, en diferencias de funcionamiento de un mecanismo cognitivo relacionado con el autocontrol. Se observó que el conservadurismo extremo se asocia a poca flexibilidad para cambiar las respuestas habituales ante los conflictos. Las personas que manifiestan un conservadurismo más extremo responden más adecuadamente a cuestiones en las que la respuesta óptima presenta menos variables, mientras que las liberales o progresistas lo hacen cuando no hay una respuesta óptima predeterminada.
Esta actividad diferencial reside en un grupo concreto de neuronas de la parte anterior del cíngulo, una zona del cerebro vinculada al control de las emociones. Este resultado coincide con estudios psicológicos previos en los que se había visto que las personas con actitudes políticas conservadoras manifiestan un estilo cognitivo más estructurado y persistente, mientras que las progresistas responden mejor a la complejidad informativa, a la ambigüedad y a las novedades. Además, otro trabajo relacionó determinadas respuestas corporales a situaciones de estrés con actitudes políticas relativas. Según este estudio, las personas menos sensibles a los ruidos repentinos y a las imágenes visuales amenazantes suelen estar de acuerdo con la concesión de ayudas internacionales, con las políticas favorables la inmigración y el pacifismo. En cambio, las personas con fuertes reacciones fisiológicas a estos mismos estímulos suelen dar apoyo a las políticas armamentísticas y a la pena de muerte.



Otro ejemplo reciente
En febrero se exploraron en EE.UU. las diferencias en la función cerebral entre liberales (demócratas) y conservadores (republicanos) a la hora de asumir decisiones arriesgadas. Aunque el comportamiento final de liberales y conservadores no fue diferente, su actividad cerebral si lo fue. Los demócratas mostraron una actividad mayor en la ínsula izquierda, también implicada en el procesamiento de las emociones, mientras que los republicanos mostraron mayor actividad en la amígdala derecha, ya citada. Los resultados sugieren procesos cognitivos distintos y evidencian que los conservadores muestran una mayor sensibilidad a los estímulos amenazantes.
Esto no quiere decir que nuestra estructura cerebral controle de manera estricta nuestra tendencia política –eso sería una afirmación reduccionista–, pero sí se puede afirmar que hay un claro vínculo entre nuestra biología y la tendencia política que manifestamos, entendida a grandes rasgos y considerando la media de la población.