Las pequeñas cosas que ocurren a nuestro alrededor, casi siempre nos pasan desapercibidas, porque vivimos agobiados por un millón de problemas que nos ensordecen y nos ciegan a todo lo que nos circunda.
Sin embargo hay lecciones que no debiéramos dejar pasar, porque son el aceite que permite que permanezcamos sensibles, permeables a la ternura y la compasión.
Está mañana recibí una de esas maravillosas lecciones de vida en el escenario menos pensado: un supermercado.
Al local ubicado en bulevar Yrigoyen se coló » la Pancha», una perrita callejera: cuatro patitas, dos orejitas y dos ojitos suplicantes que se estremecían al ritmo de los jadeos. Allí apareció un joven empleado que con su propia botella de agua la ayudó a aplacar su sed.
No sé si todas las personas que estaban allí lo vieron, pero yo pensé que gestos como este, nos recuerdan que nuestro principal rasgo de humanidad es precisamente la compasión.
Fuente: Facebook de Clelia Vallejo Mercier