Se cae la hipótesis de que Alejandra Luque se quemó con nafta y un cigarrillo.
Tres meses le fueron suficientes a Guillermo Galeano para adueñarse de la vida de Alejandra Luque. Tras un contacto virtual a fines del año pasado, se conocieron personalmente en los primeros días de este 2022 y en pocas semanas la aisló de todo su entorno, se apropió de su dinero que ganaba como trabajadora de casa particular y la sometió a su voluntad.
En la madrugada del viernes 8 de abril, la mujer de 51 años sufrió quemaduras que dos días después le costaron la vida. La primera versión del accidente doméstico, con Galeano como único testigo, se está desmoronando de a poco al conocerse la violencia y el infierno en el que ella estaba viviendo, tal como anteriormente lo habían padecido otras mujeres con el mismo hombre. Y se consolida la hipótesis del femicidio, el tercero en Entre Ríos en este año.
Alejandra era de Ingeniero Sajaroff, y hace tres años y medio consiguió trabajo en la casa de una familia terrateniente de Villaguay. Se mudó a esta ciudad, donde le alquilaba una habitación a Ivana Pintar, con quien en poco tiempo estrechó una amistad.
“Vivía acá y hacía una vida normal como cualquier mujer. Trabajaba de lunes a sábado por la tarde, los domingos viajaba a visitar a sus hijas y nietos. Era una mujer coqueta, elegante, se compraba ropa, iba a la peluquería todos los sábados”, contó Ivana.
Luego, relató el cambio profundo en la vida de Alejandra desde la llegada del sospechoso del femicidio: “A fines de diciembre o mediados de diciembre, se empieza a mensajera con Galeano, oriundo de Colón, en esa época él tocaba los timbales en un grupo de música. Quedan en conocerse de manera presencial en los primeros días de enero. Desde que se conocieron quedaron prácticamente juntos, él venía a verla todos los fines de semana, ella llegaba de trabajar y diez minutos antes él ya estaba golpeando la puerta. El primer mes veía que estaban como enamorados. Después empezaron a cambiar los hábitos y costumbres de Alejandra, dejó de dialogar con su familia, con sus hijas, hasta con nosotros mismos. Dejó de venir a casa, nos hablaba por la ventana todo rapidito, no se arregló más, dejó de ir al dentista, a la peluquería, todo lo que ella siempre tenía organizado, de golpe y porrazo desaparecieron”.
Los episodios que van apareciendo permanentemente en la memoria de Ivana y de quienes la conocieron y se relacionaban con ella, son los signos que se observan en la mayoría de las historias de violencia de género que terminan de la peor manera: “Ella todo el tiempo buscaba la mirada de aceptación en él para ver si podía responder o no, después todo el tiempo, 24 por 24, la tenía en el teléfono. Estaba trabajando, barría la vereda y él la estaba llamando. A las 10 de la noche terminaba de trabajar y la tenía hasta la madrugada, siendo que ella entraba a las 6 de la mañana al trabajo. Entonces empezó a hacer presión todo el tiempo. Tuvieron dos o tres peleas en la casa, discusiones,y en febrero, al mes y moneditas de estar saliendo, Alejandra compra un auto con los ahorros y el sacrificio de toda su vida, y Galeano quería hacerlo poner a nombre suyo”, recordó Ivana.