La responsabilidad

Por Juan Martín Garay (*)

No hay que ser experto en diagnósticos sociológicos para darnos cuenta de la alta desconfianza que existe en el seno social. Hemos llegado a 40 años de democracia ininterrumpida donde claramente fuimos desaprovechando las oportunidades y posibilidades que tuvimos en cada momento para poder consolidar la Argentina que tanto anhelamos. Lo que hay por estas horas son lamentos y nostalgias, pero más que nada ausencia de confianza y fundamentalmente falta de proyecto. Además, en este tiempo electoral vigente, el electorado mira con absoluta desconfianza a toda la dirigencia en su conjunto y nadie escapa a esa lógica. 

Las tres patas de la desconfianza

La falta de crecimiento se manifiesta como una consecuencia de la desconfianza latente en los sectores privado y público, lo que se presenta como un obstáculo para el sostenimiento de una economía con rostro humano e inclusivo. La construcción de ciudadanía se trunca con la desconfianza pues ésta va distorsionando cada vez más la toma de decisiones para el desarrollo sostenible.

Esto es así porque por un lado se disminuye la colaboración necesaria para la inversión y con ello la iniciativa empresarial que da impulso al crecimiento del empleo. Entendamos que si el sector empresarial desconfía se perjudica con ello a la inversión, la productividad y la innovación, reduciendo considerablemente la competitividad del sector privado.

Además, por otra parte, la ciudadanía está teniendo una alta desconfianza en el Estado, volviendo dificultoso con ello el panorama social por la apatía que esto genera. Y lo que ocurre cuando los ciudadanos desconfían, es que (quienes pueden hacerlo) tratan de velar por la propia seguridad, educación y la salud, incluso al punto de hacer todo lo posible por evadir el pago de los tributos con los que se sostiene el mismo Estado del que desconfían y que esperan haga lo necesario para que se generen condiciones siempre favorables a sus intereses, no al revés.

A su vez, al estar conformado por la misma ciudadanía que integra la sociedad en su conjunto, la desconfianza se da también dentro de las organizaciones del Estado y desde allí hacia el resto de la gente, con lo que se reduce considerablemente la capacidad del sector público para satisfacer las aspiraciones de una masa poblacional y con ello todo lo que sea propicio para fomentar la inversión necesaria que moviliza una economía.

La construcción

Así las cosas, todo va entrelazado. La situación en la que nos encontramos no es un designio fruto del azar, se ha hecho todo lo necesario para llegar a esto. Ante la desconfianza general que se percibe, volver sobre los pasos para intentar afianzar una nueva atomización es importante a los fines de revertir la fragmentación social y política altamente consolidada, eso se hace con una construcción real de poder pero en beneficio del conjunto, de la gente, no de unos pocos o para beneficio meramente personal.

En esto también juegan un papel muy importante las y los intelectuales, aquellas personas que suelen ser un “Faro” para el resto. Pero éstas deben estar activas no sólo desde el pedestal de la palabra, sino también desde lo terrenal de los hechos. Por eso quienes tienen sobre sus espaldas un deber moral y patriótico son las personas que se consideran asimismo como intelectuales. Hecho no menor, pues se requiere de personas formadas pero además comprometidas, “arremangadas” y con los pies en la tierra, con un oído en el escritorio y otro en el territorio. Reflexiona Karl Popper sobre la responsabilidad intelectual: “Creo que hay mucho que nosotros podemos hacer. Cuando digo ‘nosotros’, me refiero a los intelectuales, a seres humanos interesados en las ideas; en especial, los que leen y, en ocasiones, escriben”. Para pensar.

Renacer

El objetivo del tiempo que viene debe consistir en ofrecer a todos, sin ser excluyentes, un amplio y generoso ámbito donde se concluya en una sana y venturosa coincidencia. Donde de una buena vez se comience a dar fin a la discusión sin sentido sobre aspectos respecto de los cuales ya no debería haber desacuerdo. Si al fin y al cabo todos más o menos queremos lo mismo, estar bien. El bienestar.

Con la responsabilidad que tengamos cada uno en el lugar que estemos, ya sea en comunidad, social, civil y políticamente, si lo que se quiere es salvaguardar a esa Nación que vemos construirse, deconstruirse, derruirse y fenecer (todo de manera cíclica), tenemos que seguir adelante en una línea que nos permita preservarla con la fuerza necesaria respaldada en una sana manera de ejercer el arte de la política.

Siempre será posible renacer, pero si lo hacemos entre todos, para todos y con todos. Una utopía que no concibe ningún tipo de grietas, donde podamos avanzar en este tiempo difícil hacia una Argentina en la que logre imperar la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación. Dijo un sabio General, “las grandes líneas de coincidencia únicamente pueden nacer del Pueblo, manifestándose en sus representantes a través de organizaciones de pacífica convivencia republicana”. Tenemos motivos suficientes para alentar la sana aspiración por obtener esas coincidencias necesarias con el fin de trazar una lógica inclusiva y con desarrollo humano. Objetivos esenciales que deben guiar siempre nuestro pensamiento y acción desde el lugar que nos toque en esta vida. No es tan difícil, se requiere que asumamos la responsabilidad.

(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.