Señor director:
Este domingo, cuando empezó a caer el sol, decidí hacer un poco de deportes y sin tener un rumbo fijo, tomé mi bicicleta y salí a pedalear, con la intención de mezclar un poco de ejercicio físico con algo de naturaleza.
Fue así que sobre la marcha empecé a rumbear para el lado del Banco Pelay, con la idea de llegar allá, poder mirar un pocoel majestuoso río Uruguay y luego volver pedaleando por ese extenso acceso que sirve de corredor deportivo para varios atletas de la ciudad que gustan de correr, caminar o andar en bicicleta.
Estaba todo dado para pasar un pequeño momento en las arenas de lo que alguna vez fue la playa más reconocida de la provincia, con un esplendor único que alcanzó en la década de los ochenta. De esta manera llegué hasta la puerta de Banco Pelay, un rato antes de las 20 horas, pero extrañamente el predio ya estaba cerrado para el acceso al público y presentaba un panorama de desierto muy desolador.
Sin poder asumir la negativa de entrar, pero respetando la indicación que me hicieron de no ingresar, desde la puerta pude ver la estructura destrozada de lo que eran los bungalows, baños químicos que no serían presentados nunca en ninguna playa que pretenda ser turística y un ambiente muy distante del que supo reinar en el lugar. Más allá de la pandemia y de las restricciones de horarios, esta playa está inmersa en una etapa eterna de remodelación, que lleva unos cinco años y que pareciera estar muy lejos de finalizarse.
Causa indignación ver el estado actual de este lugar, que supo albergar turistas de todas partes del país y ser escenarios de Fiestas de la Playa con capacidad colmada. Más allá de las urgencias por la pandemia, estaría bueno que alguien se encargue de revalorizar un predio que no necesita mucho para recomponerse, más que ganas de quienes hoy son los encargados de administrarlo.
Tal vez la necesidad que tiene el municipio de volcar mayores recursos a la Isla del Puerto para su correcto funcionamiento, haga que dejen de lado este predio hermoso que alguna vez fue Banco Pelay. De todas maneras, resulta imposible de creer el abandono que presenta el lugar y el poco futuro que tiene, con un panorama desalentador, que esperemos que no finalice con la extinción del lugar, como ocurrió con la zona del balneario Itapé, lugar que se convirtió en Parque y que hoy no cuenta con servicio de bañeros por ejemplo.
No queda en claro el uso horario para permanecer dentro del lugar, en algunas zonas pareciera haber pequeñas trampas permanentes para niños que jueguen en el lugar, con el riesgo potencial de cortarse con algún vidrio o pincharse con algún objeto contundente. Es hora deponer las cartas sobre la mesa y si el estado no lo puede hacer funcionar, que busquen a alguien que sí lo haga. Si el lugar brindara servicios acordes, los uruguayenses tendríamos un lugar más para no amontonarnos en Isla del Puerto o Paso Vera. Tenemos una hermosa playa, desaprovechada y abandonada.
Marcelo Quinteros