N.B.
El fallecimiento de un niño de Paraná de tan solo 8 años en un siniestro vial, fue noticia nacional. Lo fue por las circunstancias en que ocurrió. Fue aplastado por un camión en uno de los tantos barrios postergados de la capital entrerriana. Se trata de barrio San Martín, donde aún funciona uno de los mayores basurales a cielo abierto de la provincia: El Volcadero. No es el primer niño que muere en tales circunstancias. Lamentablemente, tampoco será el último.
Las crónicas del hecho dieron cuenta que el niño trepó a un camión que llegaba al lugar, se resbaló y fue aplastado por el pesado rodado sin que su conductor advirtiese la tragedia que había acontecido. Como un simple dato del contexto del siniestro, cabe tratar de imaginar a un grupo de chicos enfervorizados desplazándose en un sitio más oscuro que una caverna. El fervor no tenía nada de lúdico ni propio de las inquietudes de la niñez, sino que era estimulado por algo visceral, constitutivo de la naturaleza humana: la necesidad de saciar el hambre.
Los chicos pobres, de Paraná y de cualquier ciudad del mundo, desarrollan estrategias de supervivencia inimaginables para cualquier ciudadano de clase media o media alta, quienes suelen tener apreciaciones muy pobres de la pobreza. Aquella noche de domingo, los chicos pobres de la zona sabían que llegaban “al Volca” camiones con los restos de alimentos que los niños pudientes dejan sin consumir en reconocidos locales de comida rápida. El apuro para acceder a esos “manjares” le habría jugado una pirueta fatal a Víctor Barreto, a quien todos en la zona conocían por su apodo, Chicha.
A una semana del hecho, ya nadie recuerda a Chicha, su familia, ni el ominoso lugar en el que aún siguen viviendo muchos chicos como Chicha. Los abordajes desde la Política fueron muy pobres. Las especulaciones determinaron las pocas manifestaciones que, por “protocolo de actuación”, se vieron forzados a expresar dirigentes con ambiciones de acceder a cargos ejecutivos o de gestión. Aquellas oscilaron entre “desvincular” a la actual gestión del siniestro y “pegárselo”. En ambos casos, la coincidencia fue lo miserable de las manifestaciones.
La muerte de un ciudadano pobre siempre es política. Lo es porque lo Político, entendido como la pulsión inherente a la naturaleza humana para organizarse y darse las leyes que regirán la vida en sociedad, debe dar las respuestas y generar las condiciones para que no existan ciudadanos que, en muchos casos por generaciones, vivan con menos de lo imprescindible. Lo es también porque la Política, esa actividad llevada adelante por profesionales que reciben una remuneración por el tiempo que dedican a los asuntos públicos, también tiene su cuota de responsabilidad, ya sea por acción u omisión.
En los últimos años las sociedades occidentales ven como crece el fenómeno de las expresiones políticas que hacen de la violencia su credo. Que desembozadamente “militan” la muerte del diferente, del adversario político, al que ven como un enemigo. Pornográficamente, estimulan las diferencias sociales y descargan su furia sobre las espaldas de los trabajadores ocupados y desocupados. Lo hacen subidos al desencanto de las mayorías marginadas del mercado del trabajo y el consumo, con la Democracia. El movimiento no es nuevo.
La Democracia no ha dado las respuestas que la sociedad demanda. Cabe explicar que la sociedad no es un todo homogéneo que realiza peticiones que comprenden a todos los ciudadanos por igual. Existen dentro de aquella, intereses contrapuestos que se deben regular para que no haya desequilibrios que pongan en riesgo al conjunto de la sociedad. Aún así, el sistema democrático, imperfecto pero perfectible, sigue siendo el mejor sistema de gobierno para las grandes mayorías.
La participación ciudadana a través del voto en elecciones libres es una de las posibilidades que el sistema ofrece a los ciudadanos. También está la opción de involucrarse en el manejo de los asuntos públicos a través de los partidos políticos o desde el Estado. En este punto, los discursos que agreden el sistema democrático están teniendo una eficacia suicida. La Política –no así lo Político- está defraudando a la comunidad a la que debe representar.
Los ciudadanos, a pesar del aceitado dispositivo mediático que oculta información, resalta la que le conviene a sus intereses y hasta difunde noticias falsas, se dan cuenta de aquella defección pero dirigen de manera errónea su indignación e impotencia. Arremeten contra la única herramienta que, se reitera que imperfecta pero perfectible, tienen para modificar la realidad, sus realidades, la de todos los chicos como Chicha, que perdió la vida intentando acceder a los restos de alimentos que son inaccesibles para ciudadanos pobres como él.
Tal vez, como un ejercicio de supervivencia, como el que desarrollan instintivamente chicos como Chicha, los ciudadanos y ciudadanas deberían evaluar con mayor compromiso a quiénes van a elegir en las sucesivas elecciones para que lleven adelante los destinos de todos, con preeminencia de los que están en situación de vulnerabilidad. Así, tal vez, dejemos de hablar de la pobreza con argumentos basados en estadísticas tendenciosas; de referirnos a ella cuando ocurre una tragedia como la que motivó estas líneas o cuando es usada como elemento de presión para dañar a una gestión. Y es en este punto en que lo Político cobra más relevancia que nunca, con la Democracia como sistema; y la Política también, en tanto deje de mirarse el ombligo y comience a gestionar en el sentido que su base social, la que la vota en cada elección, le depositó sus esperanzas de acceder a una vida mejor.