La historia de las maestras de Sarmiento

“Las Señoritas” se llama el nuevo libro de la escritora Laura Ramos. La historia sobre aquellas maestras que llegaron a Paraná.

“Las Señoritas”, el libro que acaba de publicar la escritora Laura Ramos, aborda un tema que la historia relegó a un segundo plano: las vidas de las maestras que Domingo Faustino Sarmiento trajo desde Estados Unidos para transformar la educación. Una de ellas, Addie Stearns, llegó a Paraná, y acompañó a su esposo, George Stearns, primer director de la Escuela Normal José María Torres.
Eran protestantes y cuando llegaron aquí, en 1870, la situación no se la pusieron fácil. A dos meses de haber pisado suelo paranaense, la mujer fallece y sepultar su cuerpo fue una odisea con final absurdo. El periodista y escritor Jorge Riani reflejó la situación que atravesó el matrimonio a la muerte de la mujer: su cadáver no pudo ser sepultado en el Cementerio Municipal por ser protestante. El docente retuvo en su casa el cuerpo muerto de su mujer durante más de tres días. Stearns no pudo contra su férrea oposición de las autoridades eclesiásticas y finalmente debió instalar la tumba fuera de los confines del Cementerio de la Trinidad.
La familia Stearns se embarcó en Buenos Aires rumbo a la ciudad de Paraná a mediados de agosto de 1871. Viajaban George Stearns, graduado en Artes en la Universidad de Harvard, Adelaide “Addy”Hope de Stearns, que había dejado la casa de sus padres tres años antes, a los 17, para casarse con su maestro, y el hijito de ambos. Sarmiento había conseguido que el Congreso aprobara un sueldo de 2.400 dólares para Stearns como director de escuela, y mediante un artilugio inscribió a Addy como maestra con un sueldo de 1.000, en carácter de sinecura. “¡Pensar que me pagan todo ese dinero” –escribió ella a su hermano– “cuando en mis veinte años de vida no he ganado un solo dólar!”.
Addy, de religión protestante, vestía la falda corta que apenas rozaba el tobillo impuesta en Inglaterra por la madre estadounidense de Winston Churchill. Pero la “falda para andar” no había llegado al Norte de la Argentina según el hermano de George, William Stearns, que describió con maligna ironía a las damas de Tucumán en una carta: “Todas las mujeres usan vestidos de larga cola, que suceda lo que suceda, no deben levantar del suelo. Aquí la señora elegante va a misa temprano, seguida por una sirvienta, que le lleva la alfombrita para arrodillarse. Su resplandeciente vestido color fucsia barre lenta y majestuosamente las calles, arrastrando –¿quién puede decir qué?– del vaciadero que es el centro de la calzada. No apura el paso, no se vuelve; ningún movimiento indica que ha reparado en la suciedad de la calle”.
En 1872, sólo dos meses después de haber dado a luz a un bebé, Addy contrajo fiebre tifoidea. Falleció pocos días después, en febrero, a los veintidós años. El recién nacido había cumplido tres meses y el hijo mayor, que padecía un retraso intelectual, dos años. Al llevar a su esposa al sepulcro el señor Stearns se encontró con que el único cementerio de la ciudad, reservado a la feligresía católica, no le permitía ingresar. Las autoridades se negaban a enterrar a una disidente. Las jerarquías civiles debatieron con los altos mandos eclesiásticos las alternativas del conflicto durante tres días. Finalmente accedieron a enterrarla junto a los muros del camposanto, pero del lado de afuera. Durante las tres jornadas el joven viudo protegió el cadáver de la voracidad de los felinos de la selva sentado sobre el ataúd, en las afueras del cementerio, con un revólver en cada mano.
Eran solteras y “de aspecto atractivo, maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, entusiastas y que hicieran gimnasia’”. Las “maestras de Sarmiento” fueron, a lo largo del siglo XX, un magma uniforme de presencias femeninas que quedaron en la historia nacional como una marca amorosa y fundante: se sabía de ellas que eran intrépidas y grandes pedagogas, se conservaban sus nombres en escuelas y bibliotecas, algunos retratos… y poco más. En ese universo de pioneras que delinearon la educación argentina moderna se sumergió la escritora Laura Ramos para trazar una cartografía de identidades magnéticas y un recorrido de aventuras por las regiones de un país por entonces convulso y peligroso. El resultado es «Las señoritas»: Historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX (Taurus), que acaba de ser publicado y que confirma, por si hiciera falta, el talento de la singular ensayista tras el magnífico Infernales. La hermandad Brontë: Charlotte, Emily, Anne y Branwell, que parecía difícil de superar.

“La idea de trasplantar la educación cosmopolita bostoniana a la Argentina no fue de Domingo Faustino Sarmiento sino de Mary Peabody Mann, una maestra y escritora norteamericana, viuda del educador y filósofo Horace Mann, y gran valedora del sanjuanino en este proyecto de modernizar el país desde las aulas. “En una carta de abril de 1866 Sarmiento comunicaba a Mary Mann las condiciones que había acordado con el gobierno argentino: contratos por dos o tres años; las maestras podrían abrir cursos públicos o clases particulares además de sus cargos en las escuelas; los salarios oscilarían entre cien y ciento noventa pesos oro o pesos fuertes para directoras o docentes avanzadas; se crearían escuelas normales y también escuelas primarias llamadas modelo o de aplicación para que los aspirantes a maestros hicieran sus prácticas”, recupera Laura Ramos.
La identidad de aquellas mujeres, su historia de vida, las alternativas del viaje y su actuación en la Argentina es una trama apasionante que Ramos compone en «Las señoritas». “Muchas cumplieron los contratos de dos o tres años y regresaron a su país; otras se afincaron en la Argentina, casadas o no; dos de ellas se establecieron como pareja en la provincia de Mendoza durante cincuenta y tres años; ninguna se casó con un argentino”, anticipa.