Un polluelo de avestruz se esconde entre las enormes patas de uno de sus padres. En el siglo XIX, las plumas de avestruz se pusieron tan de moda en Europa como adornos en abanicos y tocados que la caza mermó las poblaciones de África. Las plumas eran un artículo de lujo, ya que sólo podían provenir de animales salvajes cazados en el Sahara y el transporte en caravanas a través del desierto aumentaban mucho su precio. Para satisfacer la creciente demanda se crearon granjas de cría, pero las hembras pisoteaban los huevos y su reproducción en cautiverio no lograba compensar la sobreexplotación que puso al ave viviente más grande del planeta al borde de la extinción. El problema fue resuelto por un granjero de Sudáfrica, que en 1869 inventó la incubadora para huevos. El sistema de reproducción casi no ha cambiado desde entonces, aunque ahora se las cría también por su carne y su cuero.