Hace un año no había mucha gente en las calles de Manhattan, sólo los trabajadores esenciales o las personas que querían documentar estos tiempos extraños deambulaban por Nueva York. La ciudad era un pueblo fantasma y el puente de Brooklyn, por el que cruzan cada día 145.000 vehículos y 4.000 peatones, parecía un monstruo emergiendo de la niebla la mañana en que Gürdal Bibo decidió retratarlo. Cuando el fotógrafo sintió los pasos de la mujer supo que las zapatillas deportivas que desentonaban con el sobrio traje negro terminarían en una bolsa hermética, como hacían todos los que se cambiaban el calzado al llegar o volver del trabajo. El contraste –pensó– le brindaría una composición cabal del espíritu de época. Estaba en lo cierto, pero no por el atuendo de la mujer, sino por la determinación de afrontar el destino, sin una pizca de miedo, que transmite su silueta ante la colosal estructura neogótica.