Próximo a cumplir los 90 años de edad, un relojero se sigue ganando la vida con misma profesión que ha ejercido durante más de 65 años. Sin familiares dispuestos a continuar el legado, su negocio tiene los días contados. Pero, aunque quedan pocos aprendices en Buenos Aires, un grupo de relojeros conformó una asociación para transmitir sus conocimientos y experiencia a través de internet a interesados de todo el mundo. Los relojes mecánicos conservan cierta magia y hay muchos coleccionistas y personas que todavía los prefieren por estilo o estatus. La tecnología electrónica no le ganado la batalla a estos artistas que conocen los trucos para perpetuar estas reliquias que pueden contener en su interior hasta 1.250 engranajes y piezas de miniatura. Fueron los cerrajeros los primeros en ejercer el oficio cuando a partir de 1508 los relojes compactos en forma de tambor comenzaron a hacerse populares. De hecho, el muelle de reloj proviene de las cerraduras. Hasta la década de 1960 los relojeros fabricaban las piezas que reponían usando tornos y fresadoras. A partir de los 70 los repuestos se produjeron industrialmente, se incorporaron máquinas y la labor dejó de ser totalmente manual. En los 80, los relojeros se limitaban a cambiarle las pilas y ofrecerle nuevos modelos recién llegados de Asia a sus clientes. Muchos acabaron regenteando una joyería y algunos pusieron talleres de reparación de lavarropas, después de todo un lavarropas no es mucho más que un tambor de acero y un motor controlado por un reloj.