A 3.000 metros altura, en la cordillera de Los Andes de Ecuador, un grupo de chagras se preparan para un rodeo en Cumbijí, provincia de Cotopaxi. Como el guacho argentino o el huaso chileno, el chagra, con sus costumbres, representa una cultura que se afincó en sus habilidades ecuestres y en su profundo y ancestral arraigo a la tierra. En tiempos de la colonia, la palabra “chagra” era un sinónimo despectivo que hacía alusión a un hombre ignorante, rústico, lleno de defectos, o a situaciones de mal gusto. Segregados por el racismo, sacrificaron durante décadas su propia identidad en medio de un proceso espontáneo en el que sus miembros evitaban tener hijos de piel oscura y contraían matrimonio con mujeres y hombres blancos, lo que junto al éxodo hacia las ciudades redujo su número drásticamente. Pero la cultura chagra no es sólo una clasificación étnica, es una forma de vida y se mantiene viva.