El teatro chino se asemeja más a la danza y a la música que al drama o al cine realista. Tanto para los actores como para el auditorio, las pantomimas de las luchas, la alharaca de los jinetes en sus caballos o de los hombres remando en sus botes, proporcionan los ratos más agradables para los espectadores. Directores y actores no hacen ningún intento de que estas escenas sean realistas, porque el teatro chino debe su fascinación a la manera de representarlo antes que al mérito literario de los libretos. Pero su belleza reside en la habilidad para contar esas historias, en la música, y en la precisión exhaustiva con la que los personajes respetan un conjunto de reglas cuyo principio fundamental es que no hay gesto que no sea metódicamente danzado. Un código gestual que se remonta unos 2.000 años y que requiere un público entrenado que parece estar perdiéndose con el desarrollo económico del país.