Un interno del Complejo Penitenciario de Rikers Island, en Nueva York, sostiene un polluelo de gallina de Guinea. La colonia penal más grande del mundo cuenta con cinco huertos orgánicos y programas de reinserción laboral. Pero su reputación de violencia y abandono se mantiene. 2021 ha sido un año sangriento: 12 detenidos murieron, cinco de ellos por suicidio. Sólo en agosto hubo 39 apuñalamientos, según un informe de peritos federales designados por un tribunal. Para muchos es casi un monumento a la criminalización de los pobres, la mayoría de los 6.000 internos son afroamericanos y latinos. El ausentismo laboral es el más alto del país, con más de 2.000 agentes que no se presentan a trabajar cada mes por enfermedad, estrés o por lesiones sufridas en ataques de reclusos. Con la pandemia aumentó el delito y la población carcelaria que en 2019 había alcanzado la cifra más baja desde 1940 en el país, se disparó. En Rikers Island se duplicó.