Un luchador de sumo arroja sal para purificar el ring antes de un combate. La tradición indica que lo contendientes tiren un puñado de sal hacía abajo antes de la competencia, pero el rival de este luchador no cumplió con el ritual, lo que se considera una ofensa importante. De modo que el agraviado tomó un enorme manojo y lo lazó al aire, en un gesto de rabia disfrazado de liturgia. En Japón se considera a los combatientes imbuidos de un aura semidivina. De hecho, es parte del mito fundacional del país: según el “Kojiki”, el libro japonés más antiguo que se conserva, las islas de Japón fueron conquistadas hace miles de años por los dioses del cielo con una pelea de sumo. En todo el país sus cultores son respetados por el legado que mantienen, pero también por el sacrificio que significa ingerir hasta 13.000 calorías diarias para garantizar su sobrepeso, y porque tienen el promedio de vida más bajo de Japón: 58 años.