El rey Carlos III y la reina Camilla viajan en el carruaje real camino al Parlamento Británico entre un grupo de manifestantes antimonárquicos que portan pancartas que rezan: “No es mi rey”. Al llegar al edificio neogótico de la Cámara de los Lores para pronunciar “El discurso del rey”, que marca la reanudación de actividades legislativas y las prioridades para el próximo año, Carlos III tuvo que emprender una de las tareas reales que más temía su madre: ponerse la Corona del Estado Imperial, una pieza de más de un kilo de peso, que cuenta con 2.868 diamantes, 17 zafiros, 11 esmeraldas, cinco rubíes y 269 perlas. Rodeado de toda la pompa tradicional, el monarca habló de más pozos petrolíferos y mano dura con los inmigrantes. Las encuestas más recientes revelan que el apoyo a la abolición de la monarquía ha subido por encima del 30% en Inglaterra, especialmente entre los menores de 40 años que supera al 50%.
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