POR ANA HERNÁNDEZ
Esta semana la conversación social transcurrió por la palabra “garchar” y sus derivados.
¿Qué sucedió? Nada nuevo bajo el sol: hubo quienes se escandalizaron y quienes salieron a bancar. Estuvieron quienes hicieron un análisis sobre la política del goce y el placer con la intención de aprovechar el puntapié para darle más contenido y abonar una cuestión desde distintos ángulos.
La palabra
Es muy irresistible “el garche” como tema para la conversación, el diálogo sobre todo en los ámbitos laborales, el remis y las ironías de campaña. Los asesores han sumado guisos y cánticos cumbieros. Para la argentinidad el sexo es mucho más hablado que practicado.
La tentación es muy grande en el medio de una campaña electoral legislativa. Se podía leer desde la perspectiva de género o desde salud mental, por sobre todas las cosas. El sexo asociado a la política es el condimento perfecto para cualquier guión de Netflix. En definitiva, nadie pudo contrarrestar esa conversación con otro tema. Es decir, no se pudo evitar el escenario creado ni inventar uno nuevo.
Hay mucha gorra calienta cabezas que a veces la usamos sólo para los pies. El goce y el placer también formaron parte de los estudios de Roland Barthes y no precisamente hablaba de sexo, pero sí de procesos en un vínculo entre textos y lector que, aunque parezca muy loco también puede ser orgásmica.
En este caso la manera que influye un texto en las personas. Y para tales circunstancias, un semiólogo viene bien a la hora de pensar un poco en la palabra, el acto de hablar entre tantas otras cosas. La palabra tan menospreciada, pero es la que nos permite hoy en día a través de los algoritmos tener realidades paralelas. Con Barthes podemos jugar a través de una metáfora con los ojos cerrados y acariciar un cuerpo/ texto. Roland propone la dicotomía placer-goce para dar un cierto tipo de “clasificación” a las experiencias de lectura y, sin duda, también de la escritura.
Establece que existen dos límites desde los cuales es posible leer y evaluar un texto: la subversión y la cultura. Un texto que está dentro de los límites de la cultura permite al autor decir y hacerse comprender por otro que comparta el mismo código cultural. Esta experiencia implica una suerte de apertura al diálogo por parte de la persona lectora que, cuando se logra, provoca un estado de placer directo, límpido, que no transgrede ni desestabiliza.
Leer es asistir al desnudamiento de un cuerpo, el del texto. El acto de lectura conlleva que el lector descubra las zonas más significativas del cuerpo textual e imagine, poco a poco, los significados que se encuentren encubiertos, ya que “es el ritmo de lo que se lee y de lo que no se lee (es decir, que se acaricia superficialmente) aquello que construye el placer de los grandes relatos”.
La marca del deseo
El centro de la cuestión es cómo los especialistas de socialmedia hacen el “arte” de imponer los temas. Hasta el momento el circuito lo produce y es un claro ejemplo de cómo los medios tradicionales no han perdido vigencia. Los acontecimientos suceden en la televisión y la radio. Luego se reproducen en las redes. Esa es la conversación social. Esta semana fue sobre el comentario de una precandidata a diputada nacional, y la anterior fue sobre la serie de Netflix.
En un momento en que la sociedad tiene el discurso extremadamente dicotómico (entendiendo a éste como los lados opuestos), los grandes temas no se dirimen en la arena de la política. Sino que en plena campaña el poder está en quien maneja la conversación social y fundamentalmente en la capacidad o no de crear nuevos.
En definitiva, marcar el cuadrilátero, elegir la esquina y manejar el tiempo de los aplausos.










