Señor director:
La humanidad ha acumulado demasiados defectos, y se ha habituado tanto a vivir de ese modo, que ha perdido la visión realista de las cosas, y por eso estamos como estamos.
Desde hace bastante tiempo, la “normalidad” es el caos. Al identificarnos con lo anómalo se nos ha desdibujado la noción de lo correcto: Lo caótico ha sustituido al orden, la maldad a la bondad, y la muerte a la vida. La mentalidad nihilista ha influido a que la violencia se extienda por doquier.
En medio de la pandemia, la gente sigue hablando de política y de fútbol como siempre, y como siempre discuten para ahuyentar el tedio, miedo y hastío, asumiendo resignadamente el “protocolo sanitario”. Mientras tanto, el don de la vida se está desperdiciando, y las nuevas generaciones vagan a la deriva, a menos que aparezca algún visionario que pueda reorientarlas.
En estos días marcados por la arbitraria maniobra globalista de imposiciones aberrantes, cabe preguntarse: ¿Y si la vida no fuera lo que la mayoría cree que es? ¿Y si solo fuera un sueño mantenido por un egoísmo colectivo que nadie se atreve a cuestionar? ¿Y si las injusticias fueran el pago obligado por los errores cometidos en otras vidas? ¿Y si el paraíso que buscamos afuera, estuviera dentro de cada uno de nosotros?
¿Y si Dios, a través de los dramáticos acontecimientos que ahora enfrentamos, estuviera ayudando a todo el mundo a desapegarse de lo que le perjudica (nihilismo, sexopatía, codicia, falsos conceptos adquiridos, etc.)?
¿Y si el único responsable de nuestros errores y desmanes fuera nuestra propia mente? ¿Y si supiéramos que mientras denigramos, insultamos o agredimos a otros, estamos tirando piedras sobre nuestro tejado?
¿Y si en vez de malnombrar a las madres de los otros las tratáramos con el mismo respeto que a la madre que nos trajo al mundo? ¿Y si en vez de mirar tanto para abajo, mirásemos de vez en cuando para arriba…?
Mientras ansiamos lograr algo, la naturaleza trabaja para producirlo. Pero si actuamos contra natura y pretendemos obtener buenos resultados, una rabiosa espiral de consecuencias lo complicará todo. El filósofo griego Plotino decía que “debemos cerrar los ojos e invocar una nueva manera de ver, una condición de vigilia de la que todos somos legítimos herederos, aunque sean pocos los que se valen de ella”. Sabemos que la muerte nos acecha. En cualquier momento, al nombre que nos dieron al nacer añadirán la palabra “difunto”. En principio, debido a que la muerte es la culminación de una vida temporal que da paso a la siguiente, no habría nada que temer, pero como sabemos que uno cosecha lo que siembra, antes de partir convendría realizar una buena siembra que no contradiga las leyes naturales.
Lucas Santaella