El último informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA revela que el estrés económico alcanza a cerca de la mitad de la población urbana, un fenómeno significativamente más extendido que la pobreza por ingresos y que afecta a sectores de clase media con empleo formal.
El estudio «Balance de las capacidades de consumo en la Argentina urbana medida a través de las privaciones monetarias y el estrés económico», de la autora Julieta Vera, introduce una ruptura en la lectura económica clásica: no ser pobre ya no garantiza bienestar ni estabilidad financiera. El estrés económico se define por hogares que, aún estando por encima de la línea oficial de pobreza, declaran que sus ingresos no alcanzan para cubrir gastos básicos, mantener el consumo habitual o afrontar imprevistos.
Una de las conclusiones centrales es que la imposibilidad de ahorrar se considera una forma central de privación económica. No se trata de ahorrar para invertir, sino de no poder generar un colchón financiero mínimo. Esto implica, en términos microeconómicos, una mayor dependencia del crédito informal, menor capacidad para absorber aumentos de tarifas o gastos de salud, y un consumo defensivo.
El fenómeno ya no es exclusivo de los sectores pobres, sino que se expande con fuerza en la clase media baja y media, incluso en hogares con empleo formal y continuidad laboral. Esto explica parte del malestar social persistente, producto de ingresos que crecen menos que los gastos fijos, pérdida de poder adquisitivo y expectativas no recom puestas.
Paradoja macro-micro
El informe detecta una paradoja: durante 2024 y 2025, la desaceleración inflacionaria y cierta recomposición de ingresos reales no se tradujeron automáticamente en una reducción proporcional del estrés económico. Existen un rezago psicológico y financiero tras años de inflación alta, y los ajustes de consumo realizados durante la crisis no se revierten rápidamente, generando una sensación de alivio incompleto.
El estrés económico persiste incluso con menor inflación porque la estructura del gasto de los hogares se volvió más rígida. Alquileres, servicios públicos, transporte y salud concentran una porción creciente del ingreso, dejando poco margen para ajustar. El problema, entonces, no es solo el nivel de precios, sino los precios relativos y la composición del gasto.
El estrés económico emerge como un indicador más amplio y sensible que la pobreza tradicional para entender la situación social actual, ya que captura no solo los ingresos, sino también las expectativas, la capacidad de ahorro y la fragilidad estructural. La conclusión del informe es que la Argentina enfrenta un problema más profundo y extendido de fragilidad económica que atraviesa a amplios sectores que ya no logran transformar ingresos en estabilidad.










