Por Juan Martin Garay (*)
Hace 75 años que se declaraba por primera (y única) vez la Independencia Económica
de la Nación Argentina. Este hito político fue proclamado por Juan Domingo Perón
un 9 de julio de 1947 en la Ciudad de San Miguel de Tucumán.
Esta declaración de la Independencia Económica tenía un Preámbulo que rezaba lo siguiente: “Nos, los representantes del pueblo y del gobierno de la República Argentina, reunidos en Congreso Abierto a la voluntad nacional, invocando a la Divina Providencia, declaramos solemnemente a la faz de la tierra la justicia en que fundan su decisión los pueblos y gobiernos de las provincias y territorios argentinos de romper los vínculos dominadores del capitalismo foráneo enclavado en el país y recuperar los derechos y gobierno propio y las fuentes económicas nacionales. La Nación alcanza su libertad económica para quedar, en consecuencia, de hecho y de derecho, con el amplio y pleno poder de darse las formas que exijan la justicia y la economía universal en defensa de la solidaridad humana. Así lo declaran y ratifican ante el pueblo y gobierno de la Nación el gobierno y pueblo aquí representados, comprometiéndose, uno y otro, al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas y honor. Comuníquese a la Nación y, en obsequio del respeto que se debe a los demás Estados, detalladamente en un manifiesto y acta las fuentes determinantes de esta solemne declaración, dada en la Sala de Sesiones del Congreso de las Provincias Unidas, donde en mil ochocientos dieciséis se proclamara la independencia de la República, y refrendada por los representantes del pueblo y gobierno argentinos aquí reunidos”.
¿Qué nos pasó a los argentinos en estos 75 años que no pudimos sostener lo que expresaba no solo con palabras sino con hechos concretos la declaración de la Independencia Económica?
El Padre Atilio Rosso en “Las Palabras y los Hechos. Reflexiones sobre la pobreza, la libertad, la espiritualidad y el coraje”, allí expresa que los ensayistas siguen en una tarea constante tratando de hacernos descubrir que esta Argentina tiene dos almas, una derrotada que está mirándose en su frustración y otra latente en el fondo que está buscando el mañana. A su vez, comenta que los ensayistas se apoyan en estadísticas para “descubrirnos” la existencia de esas dos Argentinas; y Atilio reflexiona que “no hace falta lo digan, que no hace falta que nos cuenten que un sector se empobreció 50 veces y que otro creció 50 veces”, que no hace falta decir lo obvio, pues es una verdad de Perogrullo.
En estos 75 años de vida, hemos partido de una declamación real -con concreciones palpables- en la cual se nos dijo a los argentinos que íbamos a ser un país económicamente libre, socialmente justo y políticamente soberano (y lo fuimos); pasando por el retorno de la democracia donde se nos prometió que ésta nos iba a dar de comer, nos iba a educar y nos daría una vida con dignidad; llegando actualmente a un estadio casi permanente de escepticismo social, apatía, desencanto y descreimiento generalizado, sencillamente porque todo lo anunciado no ocurrió (al menos en su totalidad y de forma sostenible en el tiempo). Los años han pasado entre defraudaciones y claudicaciones, pero también con importantes reivindicaciones, grandes conquistas sociales y nuevos derechos en estos últimos casi 20 años. Pero por esos caprichos del destino (y egos políticos) los ideales se han ido tornando bastante indefinidos políticamente.
Por la crisis de representatividad política como una constante desde el 2001, tenemos una casi permanente deuda social irresuelta. En 1983 la democracia inició con 10 millones de pobres y 600 mil excluidos, sobre una población de casi 30 millones de argentinos. Hoy somos 47 millones y los problemas de fondo siguen sin resolverse, pero ahora es más complejo porque se suma una clase trabajadora carente de “red” que permita un sostenimiento y contención. Existe una partidocracia que no soluciona estos problemas, sino por el contrario los profundiza cada vez más, pues se contrapone con su mecánica práctica a la cultura del Diálogo y el Encuentro. El filósofo Gustavo Bueno afirma que la partidocracia -neologismo empleado para definir la burocracia de los partidos políticos- constituye una deformación sistemática de la democracia, donde cada partido tiene sistemáticamente que atacar al otro. ¿Les resulta conocida esta actitud? ¿Ayuda en algo? ¿Suma?
Julián Licastro nos habla de la existencia de una dependencia económica “que no se contrapone con la utopía de una autarquía económica o independencia absoluta, pero si a la (in)capacidad de decisión fundamental, y sus márgenes operativos ciertos y sólidos, para la conducción económica del proyecto nacional”. Propone para revertir el sistema de dependencia y defender el modelo participativo de anhelos comunitarios: descartar la Partidocracia, reemplazar la Tecnocracia y desplazar la Plutocracia.
Licastro, en su libro “Formación de Dirigentes Para La Nueva Política”, explica que en relación al Poder -como factor de conducción social- (hoy día), existen dos modelos políticos claramente diferenciados. Un modelo participativo donde el poder representa anhelos comunitarios de justicia social, independencia económica y soberanía política. Y por otro lado un modelo excluyente donde el poder permanece en círculos estrechos de influencia y presión con fines especulativos, a expensas del desarrollo integral del país.
A 206 años de la Declaración de la Independencia Argentina y ante un escenario complicado en lo político, social y económico, abracemos hoy más que nunca a esa otra Argentina de un modelo participativo que está mirando hacia adelante buscando en el mañana una ávida, necesaria y nueva esperanza.
(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.-