HOJAS SUELTAS. Vacas y penas

Sergio A. Rossi

Tras las guerras europeas, los tratados de permuta, la destrucción de las Misiones y la expulsión de los Jesuitas, los Borbones se dieron cuenta que los habían madrugado. Para tratar de revertirlo enviaron una importante misión militar al mando de Pedro Cevallos de expulsar a los portugueses de la Colonia del Sacramento y asegurar la frontera con el Brasil. Constituyeron el Virreinato del Río de la Plata integrando Cuyo, el Tucumán y el Alto Perú con las gobernaciones de Buenos Aires y del Paraguay. La economía de lo que hoy es Bolivia sostendría la nueva organización y su ejército, desplegado al este del río Uruguay. Cevallos tuvo bastante éxito, y los Borbones dispusieron el libre comercio dentro de su imperio. Las Casas de Contratación y los intercambios regulados y concedidos perdieron su monopolio, y los súbditos podían comerciar con el puerto que quisieran, siempre dentro del mundo hispano.
Belgrano fue uno de los –más lúcidos- jóvenes que se educaron en España en las nuevas ideas económicas de los fisiócratas. Promover la navegación, las matemáticas, la agricultura y las artes e industrias fue un discurso que no llegó a torcer la inercia colonial. Los comerciantes legales que tenían sus permisos y concesiones no pensaban cederlos, coexistían con los comerciantes ilegales dados al contrabando con la Inglaterra enemiga y en ascenso, y no impulsaron en la práctica las ideas del Consulado. Todo ese debate fue arramblado por las guerras napoleónicas y el hundimiento del imperio español. A finales de la colonia y cuando la independencia surgieron dos nuevas actividades, que podrían verse como primeros intentos de agregar valor a la producción agropecuaria. Una fue la de criar mulas en la pampa, llevarlas en grandes arreos hasta Salta, engordarlas allí, subirlas y venderlas en el Alto Perú, donde las usaban para la minería. El primer gobernador de Santa Fe fue el más grande criador de mulas. La otra fue el saladero. Los avances del transporte y la consolidación de las rutas marítimas posibilitaron abastecer de tasajo -carne conservada a base de secarla con sal- a la enorme mano de obra que movía las plantaciones esclavistas en Brasil, el Caribe y Norteamérica. La carne no sería muy rica, pero los negros esclavos no tenían mucha oportunidad de discutir de gastronomía con sus amos, ni de objetar la calidad del producto. Rosas y Urquiza, que dirimieron la suerte del país en Caseros, fueron grandes empresarios saladeristas.