David Bueno
Una de las primeras cosas que aprenden los niños cuando nacen es la distinción entre nosotros y ellos. Los nuestros son los que nos rodean, las personas con las que interaccionamos habitualmente, y todo el resto de la humanidad adquiere automáticamente la categoría de ellos. De hecho, esta distinción empieza a establecerse ya antes de nacer, durante el último mes de gestación, momento en que el feto empieza a reconocer el idioma o idiomas que habla su madre y los distingue de cualquier otro tipo de habla. No es que aprenda a hablar antes de nacer, sino que aprende a establecer una distinción entre los propios y los ajenos. Ambos procesos son instintivos e inconscientes, por lo que no pueden evitarse. La naturaleza humana busca, desde el principio, establecer estas distinciones.
Lo más importante de este proceso mental, sin embargo, es que rápidamente el cerebro también establece una norma de doble moral entre nosotros y ellos. Sin quererlo, los nuestros pasan a ser más honestos, dignos de confianza, colaboradores y cualquier otro calificativo con connotaciones positivas que se pueda imaginar. En cambio, otros adquieren las connotaciones contrarias. Hay muchos experimentos que lo demuestran, tanto en niños como en adolescentes y adultos. Nadie escapa, lo que no quita que en algunas personas la división sea mucho más profunda que en otras. Por sí misma, esta distinción no inicia ningún proceso de radicalización, pero si existen otros estímulos externos que le favorezcan, sin duda ayuda a profundizar en la radicalización.
Uno de los principales motivos que favorecen la radicalización es que es mucho más cómoda para el cerebro. La radicalización evita la reflexión y reflexionar es uno de los procesos cerebrales que consume más energía. La radicalización se basa en la adquisición de conceptos dogmáticos y, por tanto, indiscutibles, lo que limita la actividad de las zonas del cerebro implicadas en el análisis reflexivo. En cierto modo, al cerebro le gusta dogmatizarse, porque le resulta más cómodo. Es más fácil empujar un auto cuesta abajo que pendiente arriba. Para dogmatizar, a veces es suficiente con un pequeño empujón, especialmente si se elige bien el colectivo. El proceso se pone en marcha y avanza prácticamente solo. Para evitarlo, en cambio, es necesario un esfuerzo constante que estimule la reflexión y la crítica en todos los ámbitos sociales y educativos, una especie de gimnasia cerebral que dificulte la adquisición de dogmas.