Andrés Asiain
El economista argentino Julio Olivera (1929-2016) explicaba la inflación estructural como la consecuencia de cambios permanentes de los precios relativos en situaciones de rigidez a la baja de algún precio esencial. Así, por ejemplo, durante la etapa de industrialización sustitutiva, el valor del dólar en relación al salario solía bajar durante la fase ascendente del ciclo económico, y a subir cuando éste alcanzaba su límite y se paralizaba la actividad.
Ese cambio de precios relativos correspondía a una mejora en los ingresos de quienes consumían en el mercado interno durante la fase ascendente, permitiendo una expansión de la demanda que estimulaba la producción. Pero como la fase expansiva desequilibraba el comercio exterior, llegado cierto punto se producía una devaluación que derrumbaba el poder adquisitivo y deprimía la demanda interna. Tanto en la fase expansiva como la depresiva, el nivel general de precios tendía a subir. La clave de ello era que en el ascenso del ciclo donde había un saldo externo favorable, el BCRA acumulabas reservas evitando la apreciación del tipo de cambio. Entonces, el valor del dólar se tornaba rígido a la baja y la mejora de los ingresos se daba por aumentos nominales del salario. Como en la crisis la moneda se devaluaba bruscamente, se aceleraba la inflación y provocaba una baja del salario real. Por lo tanto, todo el ciclo económico era acompañado de una inflación que se denominó “estructural”. Con la alta inflación actual, todos los precios aumentan permanentemente por razones inerciales. En consecuencia, los cambios de precios relativos ya no se producen por la vía del aumento de un determinado precio, sino por la aceleración de la tasa a la que aumenta. Es decir, si la inflación general es del 100% y los salarios quieren aumentar su poder adquisitivo, deberán acelerar su tasa de incremento por encima del nivel general de inflación. Y si se busca aumentar la competitividad cambiaria, deberá acelerarse la tasa de devaluación de la moneda por encima del 100%. Así, la “alta inflación estructural” que se produce cuando se quieren cambiar precios relativos tiende a generar una aceleración mayor de la inflación. Ello debería ser tomado en cuenta por quienes plantean programas económicos de bruscos reacomodamientos de precios relativos. La peligrosa consecuencia de ello puede ser una brusca aceleración en la ya de por sí alta tasa de inflación que derive en un escenario de desestabilización económica y social.